Termina un nuevo año y llega el momento de hacer balance para comprobar lo que hemos logrado o perdido en este año que nos deja. También es el momento de hacernos esa lista mental de buenos propósitos para el nuevo año, esos que en la mayoría de los casos se olvidan o abandonan en febrero, como la fatídica dieta postnavideña, dejar de fumar, telefonear a esos amigos a los que uno siempre promete que llamará pronto para quedar, hacer ejercicio, rescatar todos esos libros que aún nos quedan por leer... Y así, teniendo en mente lo de «año nuevo, vida nueva», los españoles celebramos el tránsito de año a año pidiendo deseos y comiendo uvas, una tradición con apenas cien años de vida. Ahora ya nos las ofrecen peladas, sin pepitas, para mayor comodidad.

Dicen que en 1909 unos viticultores idearon una forma de deshacerse del excedente de uvas repartiéndolas entre la gente con promesas de buena suerte, y que a partir de ese momento esta tradición se generalizó hasta llegar a consumir dos millones de kilos de uvas en la actualidad. Recuerdo hace años, mientras vivía en Londres y me despedía temporalmente de mis compañeros de piso para pasar las Navidades en nuestros respectivos países, les contaba nuestra costumbre de comer doce uvas con las campanadas. Siendo todos estudiantes de inglés con algunas carencias de vocabulario, en algún punto de la conversación se interpretó la palabra grape (uva) como grapefruit (pomelo), así que durante los minutos que duró la confusión todos me miraban perplejos. Las tradiciones a veces son realmente extravagantes, así imagínense si el excedente de cosecha hubiera pertenecido a un agricultor de la huerta murciana con excedente de tomates, a un aceitunero andaluz, o ¿por qué no?, a un llagarero asturiano: un culín de sidra por cada campanada sería otra alternativa para entrar en 2010.

Esta noche en muchos lugares del mundo se repetirán los rituales en los que como símbolo de purificación se quema algún objeto en representación del año que termina, o se arrojan trastos viejos con el mismo fin. Los chilenos, por ejemplo, dan la vuelta a la manzana con una maleta para viajar durante el nuevo año y los italianos comen lentejas como símbolo de abundancia. Algunos las uvas de la suerte las acompañarán con joyas de oro sus copas, con ropa interior de color rojo o levantándose con el pie derecho, que no se diga que no hemos puesto todos los medios supersticiosos a nuestro alcance. Y para los que prefieren cerrar el año corriendo, esta tarde la «San Silvestre» nos espera por las calles del centro de Avilés. Decidan lo que decidan, disfruten de estas últimas horas y empiecen el nuevo año con buen pie.