Había una vez una viejecita cuya única ilusión era ir metiendo en una pequeña caja lo que le iba sobrando de su pensión para los Reyes. Desde siempre había seguido la tradición de sus ancestros y consideraba ese día como una jornada mágica que hacía por unos segundos olvidar las calamidades de la vida. Sin embargo este año todo iba a ser diferente. Su familia dijo que de ninguna manera, que no podía gastar su dinero y su tiempo, ni arriesgarse a caerse por la nieve en cualquier acera buscando el último muñeco Gormiti para sus nietos...Que tenía que madurar, que estábamos en crisis y que todo el mundo lo comprendería; que a sus setenta y muchos ya debería ir dándose cuenta de la realidad, que es tan sencilla como dar un sobre condinero a cada uno, si es que no podía pasar sin los dichosos Reyes. Ella calló. Como hacía muchas veces. Se dijo para sí que probablemente tenían razón. El año pasado sufrió un esguince buscando unos pendientes para una de sus hijas; el anterior cogió una gripe monumental, pero luego pensaba que todo lo justificaba el amor que ponía en cada regalo, la sonrisa de sus nietos, y hasta de sus hijos, ya mayores. Ella conocía como nadie sus secretos, los compartimentos más íntimos de sus almas. Por ver los ojos relucientes de sus niños ella hubiera muerto, pero lo entendía, por eso les dijo que sería el último año. Sabía que serían sus últimos Reyes, así que se esmeró más que nunca. El escenario lleno de globos, serpentinas, carteles; los vinos para los Reyes, los mazapanes, las zapatillas y zapatos de todos. El ritual de bailar alrededor de los zapatos con los pequeños, la cena del día 5... El 6 de enero, como todos los años, toda la familia se reunía en la casa madre, la suya, que era un escenario de paquetes primorosamente envueltos. Cuando temprano, a las 8 de la mañana, se encendía el salón, parecía que todo refulgía. Ese día se sentó como siempre a ver sus caras: algunos se acercaban, la besaban; otros sonreían, otros saltaban? Ella se sentía la mujer más feliz de la tierra. Entonces los vio. Eran los tres Reyes, que estaban junto a ella, lujosamente ataviados. Incluso Baltasar le recordó a Dioni, un amigo a quien había querido mucho. Ellos la cogieron de la mano, le dijeron que también a ellos los habían llamado locos por seguir a una estrella que estaría sobre el lugar en el que nacería un niño pobre en un pesebre... Ella sonrió cuando Beatriz, su nieta pequeña de cuatro años, la miró y dijo en alto que abuelita estaba con los Reyes? Todos la miraron como si estuviera loca. La madre de la niña, que siempre había creído, le preguntó qué había visto y ella contestó que los tres Reyes se habían llevado a la abuela de la mano. Cuando su hija se acercó, la anciana estaba serena, con esa maravillosa sonrisa que siempre había iluminado la vida de los demás; pero sus ojos estaban sin brillo? Se había ido al sitio en el que siempre existirá la magia. Beatriz y su madre la miraron un segundo y pusieron su mano sobre la mano fría de la abuela y se juraron que ellas seguirían sus pasos, que su legado con ellas estaría a salvo. La infancia eterna del día de Reyes era la herencia de la anciana. Luego lloraron silenciosamente.