Son conocidos como los «finseros». Es muy raro el pueblo en el que no hay alguno de ellos. Se suelen ir a descansar temprano, apenas oscurece. Duermen unas horas y, cuando todos los gatos son pardos, antes de la amanecida, se levantan y con la fesoria camuflada van, todo lo escondidos que las huertas y las sebes se lo permiten, a localizar en la noche algún «finso» que delimita la finca de su propiedad con la del vecino. El «finso» -«fienso» o «muñón» en diferentes áreas- ya se sabe, es esa piedra grande, en castellano mojón, puntiaguda, que se coloca entre dos parcelas para fijar los límites de las mismas. Cuando se colocan los «finsos» están presentes todos los afectados para evitar discordias.

El «finsero» es un personaje que ya tiene alguna edad -no se conoce ningún joven con esas aficiones nocturnas-, bastante avaro, insaciable, que todo terreno le parece poco, algo ladronzuelo, mal vecino, poco apreciado -con toda justicia- en el pueblo y que nunca se ha parado a pensar que un día, al final de su vida, solamente va a necesitar una parcela que no llega a dos metros de longitud por uno de ancho para que reposen sus restos. Amén Jesús.

Cuentan las leyendas rurales de ahora mismo que se recuerda perfectamente cuando algún «finsero» se encontró, cuando estaba en plena faena de mover las piedras que separan su finca de la del vecino, con el mango de alguna azada que le cayó por el «rabadiello» o zona lumbar y que de pronto pensó que lo que se le había venido encima era un castaño de los que se rompen, por estar dañados, en noche de viento. Abogados y jueces de muchos juzgados podrían escribir amplias historias sobre conflictos vecinales por culpa de esos pedruscos que se mueven por la noche sin que luego, en las declaraciones de los imputados, nadie les haya dado unos fesoriazos para arrancarlos y cambiarlos de sitio, ganando unos palmos de terreno a la finca propia.

Ahora a los «finseros» puede que se les acaben las excursiones nocturnas. Y es que el presidente del Gobierno, ya saben el leonés ZP, ha dicho, ante las autoridades del mundo mundial, que la tierra es del viento. Por tanto esa frase es un claro aviso para los navegantes de la noche que se dedican a cambiar las señales en piedra que delimitan las parcelas. Como en la tierra donde ha nacido el autor de esa frase las parcelas suelen ser muy amplias, es probable que en los pueblos castellanos no haya «finseros» porque ya tienen huerta para dar y tomar.

Pero aquí, en la Asturias rural, con el minifundio, la parcela que llega a una hectárea es que pertenece al rico del pueblo o en la que han aceptado que la Consejería de la cosa hiciese la concentración parcelaria. Quedan aun muchos «finsos» aunque su localización resulta ya muy difícil en muchos lugares porque ya dice José Manuel el de Borducedo, que anda casi siempre por el monte con sus vacas, que «Asturias es Paraíso Natural, y Brañaivente, el paraíso del matorral». Por tanto, imposible localizar los «finsos». Y si lo dice José Manuel, es que es la pura verdad. Palabra.

Por tanto, llegamos a la conclusión, en un análisis muy simple y sin entrar en consideraciones filosóficas ni metafísicas, que si la tierra es del viento, no hay razón alguna para levantarse por la noche, poner un calzado que no deje huellas, esconder debajo del saco la fesoria y marcharse camino de donde se va a cambiar el «finso». Y es que la tierra, al otro lado de ese pedrusco, es también del viento. Viento por un lado y viento por el otro. Y el hombre, en el medio. Sin nada. Sin tierra.

Es probable que a partir de ahora los juzgados menores de Asturias queden liberados de esa pesada carga que suponen los litigios por un quítame allá ese «finso». Es más, los «finsos» pueden desaparecer de una sola tacada porque si la tierra es del viento, a éste no hay «finsero» que pueda dominarle. El viento no tiene límites. Y salir por la noche a trabajar duro, escondido, arriesgándose a llevar un estacazo, para que el palmo de tierra que se ha ganado se quede el viento con ella no es precisamente un chollo. Mejor quedarse en la cama meditando otra fechoría algo más rentable.

Los «finsos», las sebes, las lindes, las cárcovas, las calderas, las estacas con alambrada que cierran las fincas han dado el mayor índice de incidentes, controversias, peleas, pleitos y enemistades de por vida en nuestros pueblos. Pero ya no tiene sentido alguno que nadie defienda nada de eso porque de lo que se trataba era de dilucidar los límites de la parcela propia. Y, ya se sabe, de pronto vino ZP y lo solucionó de un plumazo: la tierra es del viento.

Pueden irse con viento fresco los «finseros» que en los tiempos en que vivimos ya no tienen razón de ser porque la tierra hace tiempo que nadie la quiere trabajar. Cuantas más fincas agrupe la casería más tienen que hincar el riñón sus propietarios. Pero pese a ello el afán por agrandar lo que ya se tenía es consustancial con los «finseros» que aunque la tierra sea del viento ya se irá viendo que siguen con sus manías nocturnas y en los juzgados se continuarán apilando historias de mojones pesadísimos que se mueven solos. Bueno, solos no, los mueve el viento, que según voz autorizadísima es el amo de la tierra. ¡Qué cosas!