El debate sobre el fomento de una lengua tiene múltiples connotaciones, pues forma parte de nuestro ser más que otros muchos aspectos cotidianos. Podemos dejar nuestra actual ciudad, casa, pareja, etcétera, pero difícilmente perderemos nuestra lengua, a pesar de que fomentar el uso de otra suele suponer que alguien renunciará a la propia en favor de la promocionada.

Se considera que cada lengua amplía la riqueza cultural y, por tanto, debe ser defendida. Las lenguas no sufren por dejar de ser utilizadas, en cambio, las personas sí padecen si se les intenta mantener o imponer la lengua que no les conviene. La hipotética desaparición de una lengua no se puede comparar, como hacen algunos, con la de una especie biológica, por un lado, porque las especies no desean desaparecer y, en cambio, hay hablantes que prefieren cambiar de idioma si el que usan no les interesa (Fernando Savater, 26-05-2009), y por otro lado, porque las lenguas son algo artificial que crea el hombre, mientras que las especies no las puede crear y su desaparición supone perder parte de la diversidad biológica irrepetible.

Las lenguas tienen dos funciones básicas: servir como medio de comunicación y contribuir a la identidad o a la idiosincrasia de los pueblos que las hablan. La segunda función es la que más controversias y conflictos suele generar, hecho que tampoco es ajeno al asturiano.

En Asturias hace años se está planteando la conveniencia o no de fomentar el uso del bable o asturiano, materializándose en diversos aspectos como su enseñanza en las escuelas y/o Universidad, posible empleo en la televisión autonómica pública, factible implantación como lengua cooficial, uso en las administraciones públicas, cambio de la toponimia de lugares, etcétera. De hecho, ya se viene enseñando en la escuela desde 1984 y goza de protección oficial desde 1998, cuando se aprobó la ley de Uso y Promoción del Bable.

Según el informe «Ethnologue» de 2005 (www.ethnologue.com), el asturiano lo usan como primera lengua unas 100.000 personas en alguno de sus tres dialectos principales (el occidental, el central y el oriental), los cuales, a su vez, tienen varios subdialectos. Se habla principalmente en Asturias, pero no en todas sus zonas, y adicionalmente también se usa en Cantabria y en el norte de Castilla y León.

Teniendo en cuenta lo precedente, no se puede decir que el bable sea la forma habitual de comunicarse de los asturianos, ni tampoco que sea algo válidamente representativo de su manera de ser, dado su escaso uso por éstos, y que además también se emplea fuera de Asturias.

Visto lo anterior, el debate sobre la cooficialidad o no del bable, incluso sobre su promoción o no, es esencialmente político, aunque no carece de otros intereses, gran parte de ellos con fines espurios disfrazados de supuestas razones culturales y de idiosincrasia de los asturianos, cuando en realidad la encendida defensa de su promoción por grupos muy reducidos suele esconder intereses no confesados de tales grupos.

La cuestión que se plantea no es sobre los derechos de una lengua, sino sobre los derechos de los hablantes a usarla o no libremente. El pluralismo es un valor, también en la lengua, pero éste no puede imponerse por vía legal. Antes de legislar hay que ganar la pelea de la opinión y de las actitudes de los gobernados. ¿Qué sentido tiene, por ejemplo, tal como está ocurriendo en algunos lugares, poner topónimos a las localidades asturianas en su supuesto antiguo nombre en bable, de forma que a veces el nuevo nombre no lo conocen los lugareños y, por tanto, lo rechazan?