Paso los días previos a la venida de los Reyes Magos en Segovia, que son tierras altas y habitualmente frías. Con buen criterio de los que colaboran con ellos, los Reyes Magos que vienen de Oriente en camello se han impuesto en la pugna comercial al Papá Noel que llega de los países del norte de Europa a bordo de un trineo tirado por renos voladores. Es una elección sensata. ¿Quién aguanta a pie firme el horrible espectáculo de unos niños destrozando juguetes desde el 25 de diciembre al 8 de enero?

La ventaja de la opción por los Reyes Magos es que, entre el momento de entrega de los regalos y el regreso de los niños al colegio, apenas quedan por delante cuarenta y ocho horas de dura brega. Es una buena cosa para la salud mental de las familias y una posibilidad de supervivencia para los juguetes de más duro caparazón. La capacidad de destrozo que tienen los niños es asombrosa.

Hace bastantes años leí en un periódico una curiosa noticia. En un pueblo de Alemania habían instalado en la plaza principal un tanque norteamericano superviviente de la II Guerra Mundial. Al alcalde le pareció que era una forma original de homenajear a uno de los países que contribuyeron a librar al país del nazismo y el alto mando de las fuerzas de ocupación accedió a donar el vehículo acorazado, entre otras cosas porque iba a ser retirado del servicio. El tanque había sobrevivido a las campañas de Italia y de Francia, a la reconquista de Holanda, a la batalla de las Ardenas, y al avance hacia Berlín, sin sufrir males mayores. Pero no pudo resistir un año intenso de juegos infantiles en aquella plaza de pueblo. Al cabo de ese tiempo era pura chatarra.

Yo, que ya no espero de los Reyes Magos más que el milagro de poderlos recibir con salud el 6 de enero próximo, también me alegro de hayan sobrevivido a la feroz campaña desatada contra ellos desde los grandes almacenes y desde el poder político. Una potente alianza que intentó por todos los medios sustituir el nacimiento tradicional por el árbol de Navidad y a los Reyes Magos por Papá Noel. Afortunadamente, el peligro parece haber sido conjurado, aunque como dicen los horteras a todas horas «no hay que bajar la guardia». (Da la impresión de que los horteras se pasan el día boxeando).

Si soy sincero, no tengo nada contra el Papá Noel de las tradiciones del norte de Europa, pero detesto al Papá Noel de los grandes almacenes, con su campana y su invitación al consumo frenético. El Papá Noel de los grandes almacenes es un individuo gordo, voceras y con aspecto de estar siempre un poco bebido. Y me parecen especialmente horribles esas reproducciones suyas que se cuelgan de las ventanas de los edificios y que últimamente se han puesto tan de moda. Vistos desde la calle, balanceándose con el viento, parece que los hayan ahorcado.

Supongo que mi preferencia por los Reyes Magos de Oriente es una herencia infantil. Cuando yo era niño, en la habitación donde se suponía iban a dejar los regalos les dejábamos unas golosinas y unas copas con algo de coñac para combatir el frío de la noche. Nos gustaba comprobar al día siguiente que habían tomado algo. Aunque siempre lo hacían con moderación. Con una copa de coñac en cada casa podían terminar dando tumbos como Papá Noel.