Desde hace tiempo 2010 era un año de referencia para todos los que trabajamos en el campo de la biodiversidad. Primero, porque los jefes de Estado de la Unión Europea reunidos en Gotemburgo en 2001 se comprometieron a detener la pérdida de biodiversidad tomando como horizonte el año 2010. Luego, porque el compromiso lo asumió en 2002 la conferencia de las partes del Convenio para la diversidad biológica celebrada en el marco de la Cumbre por el desarrollo sostenible de Johannesburgo, trasladándolo, además, como uno de los objetivos del milenio de Naciones Unidas. Después, porque la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) lanzó la iniciativa «Cuenta atrás 2010», una alianza mundial de todo tipo de sectores públicos y privados constituida para frenar la pérdida de biodiversidad, marcando el año 2010 como primera meta para la consecución de objetivos reales. Por último, porque a la vista de los escasos resultados que se estaban alcanzando, la propia Organización de las Naciones Unidas propuso, con la acertada idea de transformar una derrota al menos en un empate, conmemorar en 2010 el «Año internacional de la biodiversidad», como una llamada de atención hacia la importancia que la variedad de la vida tiene para la propia existencia de la misma y, de forma muy especial, para el desarrollo y el bienestar de la humanidad.

Acostumbrados como estamos a una sucesión de años y días dedicados a tal o cual motivo, corremos el riesgo de que, como casi siempre, la celebración sólo interese a los especialistas en la materia, con lo cual la efeméride no habrá servido para casi nada. Es cierto que, en primer lugar, el asunto les concierne a ellos, al igual que a quienes ostentan responsabilidades políticas y deben articular estrategias de gobierno que sitúen estos temas en su justo contexto, es decir, como una cuestión prioritaria, pero también es verdad que sin la simpatía, la complicidad, el apoyo y la participación del conjunto de la ciudadanía muy poco se podrá avanzar.

En Asturias sabemos mucho de eso. Por ejemplo, la política de recuperación del oso pardo ha comenzado a dar frutos -y el constante incremento de grupos familiares de osas con crías y el trasiego de ejemplares entre las dos poblaciones nos indican que los está dando- cuando el conjunto de la sociedad la ha hecho suya y la ha interiorizado como algo propio, cuando hemos sido capaces como sociedad de interesarnos por el problema y participar en su solución. Eso se nota en hechos tan diversos como el que existan organizaciones no gubernamentales potentes que trabajen en el tema, que cuatro ayuntamientos decidan rebautizar su mancomunidad con el nombre de Valles del Oso, que las principales empresas de la región consideren cuestión de prestigio pertenecer a una fundación dedicada al animal, que veamos normal que determinadas obras públicas tengan un coste adicional (nunca tan alto como se cree o como algunos dicen) en beneficio de la especie o que dos turistas recojan a una osezna herida y su recuperación y reintroducción al medio natural levanten una oleada de noticias en los medios de comunicación.

Muchos otros programas de conservación están en marcha. Desde el urogallo -que tiene detrás un incipiente proyecto de cría en cautividad que ha levantado muchas expectativas, pero al que se dedican también muchos esfuerzos de igual o mayor importancia sobre el terreno- al quebrantahuesos -del que esperamos que en 2010 lleguen los primeros pollos a reintroducir en los Picos de Europa-, pasando por el salmón -que tras el pésimo resultado de la última temporada de pesca está generando un importante movimiento en su favor del que los pescadores serán piedra angular-, muchas son las especies que son objeto de atención diferenciada.

Si hasta ahora he mencionado cuatro programas que atañen a otras tantas especies de las más simbólicas es porque estos animales tienen una capacidad de atracción popular muy elevada y, al mismo tiempo, su conservación y recuperación supone a la vez la de los medios donde viven, incluidas las especies que habitan en ellos, es decir, que actúan como lo que los biólogos de la conservación han llamado, respectivamente, especies bandera y paraguas. Pero podría enumerar más programas, desde aquellos dedicados al control y la erradicación de las especies invasoras a los que tienen por objeto la preservación de los lugares que aportan una biodiversidad mejor conservada, es decir, los espacios naturales protegidos, pasando desde luego por la magnífica instalación que en 2010 y en el parque natural de Redes abrirá sus puertas dedicada en exclusiva a la curación de aquellos ejemplares que aparecen heridos o con sus capacidades disminuidas en la naturaleza, buscando su pronta reintroducción en la misma.

Todos estos programas, y los que no cito, sólo tienen razón de ser y únicamente alcanzarán las metas para los que fueron concebidos si es la sociedad quien los asume como propios. Pero en un paso más allá, el «Año internacional de la biodiversidad» sólo tendrá sentido si sirve para que todos comprendamos la íntima relación que existe entre nuestros actos y la permanencia de la trama de la vida tal y como la conocemos. Es ya un tópico decir que los problemas de conservación de la biodiversidad son en un 99% problemas sociales -derivados del modelo de desarrollo económico y social- y sólo en un 1% problemas estrictamente técnicos -relacionados con disciplinas científicas o técnicas, tales como la biología, la veterinaria o la ingeniería de montes-, pero es absolutamente cierto.

Para que cuando apretemos el interruptor se encienda la luz fue necesario levantar una presa que interrumpe el curso de un río, para sentarnos a comer hubo que talar un árbol con el que fabricar la silla y la mesa, para desplazarnos a visitar a un amigo tuvimos que construir una carretera que atraviesa un bosque, y todas estas acciones tienen repercusión inmediata en los animales y las plantas. Nadie en su sano juicio propone que dejemos de tener electricidad, de comer sentados o de viajar, pero sí que racionalicemos nuestros actos, favorezcamos una cultura que evite el despilfarro de recursos, evaluemos sensata y seriamente las consecuencias de nuestras acciones y tomemos medidas eficaces que minimicen nuestros impactos sobre la vida. Sólo así «2010, Año internacional de la biodiversidad» habrá cumplido la finalidad para la que fue declarado. Tenemos 365 días por delante.