Cuando, allá por el año 1776, un filósofo de renombre, Adam Smith, publicó la Biblia del pensamiento económico liberal, su estudio acerca de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones sostuvo que los precios del mercado se ajustan de manera automática gracias a la intervención de un mecanismo al que Smith calificó de mano invisible o mano negra. La propuesta de Smith era, en realidad, un tanto metafórica, porque los precios los fija quien vende y los certifica quien está dispuesto a pagar esa cantidad por el bien que adquiere. Pero la mano invisible viene a plantear el sentido profundo de la perogrullada que resultaría al reconocer que si vendedor y comprador no se ponen de acuerdo en un precio, la transacción no se realiza. Hay, pues, una especie de instancia superior a quienes negocian que funciona, además, de manera un tanto automática porque el valor asignado a cualquier bien en intercambio no depende de una compraventa en particular, sino del conjunto de todas las que se hacen.

En ocasiones ha habido otros filósofos, políticos, visionarios, economistas, próceres o como se les quiera llamar dispuestos a enmendarle la plana a Adam Smith planteando una mano bien visible a la hora de fijar los precios: la de ellos. El último en la cadena larga de manos blancas ha resultado ser por el momento el presidente Chávez, quien, tras devaluar la moneda venezolana causando un trastorno considerable que ha repercutido incluso en la Bolsa española, está dispuesto a fijar los precios de las cosas manu militari. Así, ha amenazado con expropiar a los comerciantes que suban el coste de los artículos de consumo comenzando por la cadena de supermercados Éxito, reincidente según parece en el pecado inflacionista.

Si Adam Smith tenía razón, el empeño de Chávez por meter la pasta de dientes dentro del tubo después de que alguien lo ha apretado es un empeño inútil. El mercado se encargará de ajustar por sí solo -a través de la suma de los miles y millones de actos de compraventa- unos precios que, en el caso venezolano, seguirán al alza a través del mecanismo bien conocido. Para impedirlo, Chávez debería intervenir no sólo la cadena Éxito, sino el negocio de todos y cada una de los comerciantes que suban precios. La cuestión de si eso puede o no hacerse -en términos no morales, sino fácticos- sería académica si no fuese porque esa historia la hemos vivido ya. Apareció de la mano de las economías de mercado dirigido, con la del imperio soviético como ejemplo mejor. Al margen de la bondad o maldad de la sociedad a que dio lugar ese mecanismo, su fracaso figura en los libros de Historia.

Pero a Chávez no parece inquietarle el precedente. Está dispuesto a vaciar las aguas del mar con la cuchara del intervencionismo. Se propone demostrar que Adam Smith se equivocaba, y no sólo porque existan las manos perversas de los delincuentes de cuello blanco amañando precios. Si lo consigue, que no creo, habrá que llamarle el Caballero Oscuro Chávez.