Como los lunes, en Avilés, siempre son fiesta uno aprovecha para salir y dar una vuelta por Las Meanas. Y en esas estaba, tomando un café, cuando me abordaron dos prebostes locales para reprocharme, periódico en mano, que dijera lo que decía el lunes pasado; aquello de que los políticos, en general, son más tontos ahora que en ninguna otra época.

Me sorprendió que se dieran por aludidos. El artículo apuntaba más alto. No obstante, como tampoco estoy por hacer distinciones, puedo incluirlos, si quieren, entre los muchos patanes que pueblan los ayuntamientos. La tontería lo invade todo, viene a ser como una pandemia para la que nadie busca remedio porque no produce alarmismo. La población está tan acostumbrada a las tonterías de los políticos que ha acabado por asumirlas como un mal menor. Como la gripe común.

Sí señor. Pero eso no quiere decir que la población sea tonta. La población sabe muy bien hasta dónde pueden llegar los políticos con sus tonterías y por más que le metan miedo reacciona como cuando oyó el pronóstico de la gripe; que nunca se creyó del todo que fuera a producir millones de muertos. Prueba de ello es que el Ministerio de Sanidad encargó treinta y siete millones de vacunas, recibió trece, repartió nueve y sólo se vacunaron dos millones de españoles.

Me refiero a la gripe A porque, comentando aquel artículo, los prebostes argumentaban que el trabajo de los políticos es, cada vez, más difícil. Y en vista de que no debían tener muy claro que fuera a entender lo que decían, pusieron como ejemplo la que podría haberse liado si no anduvieran listos y adoptaran las precauciones que adoptaron para atajar la pandemia.

Estoy de acuerdo, con la salud no se juega. Cualquier precaución es poca, pero lo cierto es que la sensación general, lo que pensamos la mayoría, es que los políticos picaron como pardillos y contribuyeron a que los laboratorios hicieran su agosto. Las vacunas fueron compradas sin tener garantías de su eficacia ni de su seguridad. Los gobiernos se gastaron un pastón en un producto que tendrán que tirar a la basura. Y no hablemos de lo costoso y hasta ridículo de otras medidas de prevención que fueron tomadas, de prisa y corriendo, sin reparar en gastos.

Eso fue lo que sucedió. Lo malo que, ahora, nadie quiere hablar del asunto. Es como si, en vista de que no hubo ni apenas hay gripe, dieran por bien empleado todo lo que gastaron. No quieren ni oír hablar de lo que dijo, en el Consejo de Europa, el parlamentario alemán y médico epidemiólogo Wolfgang Wodarg, quien sostiene que los laboratorios y la OMS incitaron a los gobiernos a destinar ingentes sumas de dinero para favorecer estrategias de vacunación ineficaces y que eso se hizo, deliberadamente, para beneficiar a la industria farmacéutica.

La acusación apunta tan alto que dudo que pueda probarse. Todo indica que hemos sido manipulados y que, además, hubo incompetencia política. Los políticos no estuvieron listos, se les hizo el culo agua cuando los laboratorios y algunos científicos pusieron sus predicciones sobre la mesa. Creyeron que había motivos para tomarse en serio la amenaza. Y eso, hasta cierto punto, es disculpable. Lo que no tiene disculpa es que callen y no pidan responsabilidades. Si no las piden, si no salen a la palestra y nos dicen qué fue lo que realmente pasó, es lógico que los veamos como cómplices de una estafa. Y, para mí, es peor quedar por cómplice que por tonto.