Según el decálogo del perfecto paraíso socialista, aquí no se permite ni la más mínima disidencia, ni una mónada de libertad, así que hay que echar a Pepe el Ferreiro, que no tiene el carné y ha logrado un éxito enorme con su museo. Sí, con su museo.

Una doble condición insoportable en esta temible Albania. Si tuviese el carné y organizase tinglados a mayor gloria y bolsa de los mandarines de turno sería a estas alturas un héroe del régimen. Pero sin el salvoconducto imprescindible y encima con más de dos decenas de miles de visitantes al año -una ratio presupuesto/resultados verdaderamente estratosférica- es un pésimo ejemplo, un tipo a borrar de la vida pública.

Y es que ahí está, mismamente, la Laboral, que le supera en costes en más de mil a uno, pero con resultados ridículos -no me refiero al monto personal de los caciques, que es tremendo-, así que o Pepe el Ferreiro y su museo o la Universidad Laboral de Girón y sus epígonos.

Conclusión: priman el poder, el dinero, el partido, las subvenciones, las prebendas, los chollos y la marimorena en verso. Las bendiciones llueven sobre ese paradigmático agujero negro gironesco que se lleva la inmensa mayoría de los presupuestos asturianos de cultura para convertirlos en humo, por no decir otra cosa que sin duda todos ustedes están pensando.

La verdad, esta casta es una plaga. Ahí está, de forma simultánea a la purga de Pepe el Ferreiro, el horizonte de ruina inmediata de la Foncalada -el Prerrománico es católico y carbayón: una doble y terrible blasfemia para la secta progre- a cuenta de la maña de permitir una discoteca a sus pies, y qué decir de la celda de Feijoo que destruyeron y del edificio monstruoso a doce metros de la Cámara Santa y del escándalo de mantener cerrado el Arqueológico dos años después de concluir las obras -¿donde están las piezas?, ¿quién robó la puerta?- y así todo lo demás.

¡Ay, si al menos existiese el PP asturiano!