Es sabido por la mayoría de la población que cuando se llega a «cierta edad», aparecen problemas de memoria; las cosas se olvidan y no porque no se les haya prestado la debida atención, lo que sucede, y que nadie se sienta ofendido, es que nos vamos haciendo viejos. Esto es algo que le sucede a todo el mundo, antes o después, sin que para ello influyan factores tales como educación, ocupación o credo. Pero, sin embargo, me atrevería a afirmar que algunos de los problemas que tienen con la memoria determinados ciudadanos sí están íntimamente relacionados con la profesión que ejercen. Y como para muestra basta un botón, pongo un ejemplo: las personas que ocupan cargos políticos acaban por tener un problema de memoria selectiva. Esto no es ni más ni menos que el hecho de recordar solamente lo que apetece, cómo y cuándo apetece.

Esta es una conclusión a la que he llegado, aunque ya venía sospechando algo, al ver la reacción del principal partido de la oposición ante la aprobación por el Pleno del Ayuntamiento de Vic (pueblo de la provincia de Girona) de una normativa por la que se impide a los inmigrantes ilegales empadronarse en ese municipio. Esta normativa es ilegal porque contraviene, clarísimamente, lo dispuesto en la ley de Extranjería 4/2000 de 11 de enero; ley que se desarrolló un año más tarde, julio de 2001, con un reglamento. Y como ya he dicho en otras ocasiones: sí lo dice la ley, habrá que hacerle caso. Es algo lógico ¿no?

He escuchado decir al señor Rajoy, intentado quitar hierro al asunto, que dicho empadronamiento no tenía que ser necesario y que cualquier inmigrante, sea cual sea su situación legal, debería tener derecho a la sanidad y la educación; opinión que le honraría, pues hay cosas a las que creo que, por humanidad, debería tener acceso todo el mundo, si no fuese porque la ley que antes mencionaba la promulgó el Partido Popular cuando gobernaba; lo del reglamento ya tiene más delito porque no sólo gobernaba el PP cuando se aprobó sino que el señor Rajoy era ministro del Interior.

Creo que sobran las palabras. O estamos ante un caso de memoria selectiva patológica o volvemos a lo de siempre: la política de desgaste. Yo no digo nada porque tal vez se trate de una estrategia que desconozco, pero no creo yo que a la gente le guste que le tomen por tonto y, a veces, eso es lo que parece que piensan sus señorías. O no, tal vez no nos tomen por tontos y estén convencidos de que «desgastar y desgastar» es la única forma de convencer de aquello para lo que no existe ningún argumento lógico o racional.