Dice el imprescindible Chesterton -¿cuándo Educación para la Ciudadanía consistirá en leer en clase, a diario, al mejor periodista del siglo XX?-, pues eso, afirma, hablando de San Francisco de Asís, que llamó a sus hermanos frailes y no monjes porque «el rasgo característico de un monje era tener resuelto su problema económico. Sabía dónde iba a tener su cena aun cuando se tratase de una cena muy frugal. Pero lo característico de un fraile es que no sabe dónde tendrá su cena. Siempre cabe la posibilidad de que no la tenga».

Me gustaría desearle a fray Jesús -que hoy inaugura pontificado en la Catedral de Oviedo- un ejercicio pastoral tan azaroso que siempre le quepa la posibilidad de irse a la cama sin qué llevar a la boca. Un deseo para él y para todos nosotros, que sólo tiene sentido en la perspectiva del loco de Asís, que tan bien conoce el nuevo arzobispo, de aquel bufón de Dios que un día «tomó la áspera túnica parda de un campesino, cogió una cuerda más o menos al azar, se la ató a la cintura» y punto: lo que son las cosas, un siglo después «enterraron al gran Dante con idénticos ropajes».

Chesterton añade que de «una manera cínica los hombres llaman bienaventurado a quien nada espera porque no sentirá decepción. Sin embargo, San Francisco dijo de manera absolutamente gozosa y entusiasta que bienaventurado era quien nada espera porque gozará en todo».

A fin de cuentas, está todo anunciado en el Sermón de la Montaña: «Fijaos en las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Quién de vosotros por mucho que cavile puede añadir un solo codo a su edad? Y acerca del vestir, ¿por qué preocuparos? Contemplad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos».

Dicho de otra manera: la Providencia. Bienvenido.