Finalizada la temporada jabalinera en el norte peninsular es el momento de hacer balance, y éste no puede ser muy positivo. Muchas sociedades de cazadores están al borde de la quiebra, asfixiadas económicamente por un reglamento de daños abusivo y que las convierte en un filón económico para ganaderos y agricultores, a los que les resulta mucho más rentable reclamar los daños ocasionados por corzos y jabalíes en los árboles frutales, los primeros, y en las cosechas de maíz, patata y fabas, los segundos, que sacar adelante la cosecha.

Ante este panorama muchas sociedades optaron por la prevención y se gastaron una parte del presupuesto en medidas preventivas, adquiriendo pastores eléctricos y entregándolos a los agricultores. En algunos casos de nada han servido; además del gasto del pastor eléctrico, siguen abonando daños en esos terrenos. Especialmente sangrante es el caso de la Sociedad de Cazadores de Pravia, a la que un juez ha condenado a pagar más de 12.000 euros por los daños ocasionados por los corzos en una plantación de arándanos. Y algo similar ocurre en Villaviciosa, donde los corzos hacen auténticos estragos con los manzanos.

Ante estos gastos desproporcionados por daños, a los que se tienen que añadir guardería, seguros de accidentes, etcétera, muchas sociedades optaron por ejercer más presión sobre la caza, fundamentalmente sobre los jabalíes, consiguiendo que los daños disminuyan, pero también la caza. Y, claro, solucionamos un problema, pero creamos otro aún mayor. Al final el cazador quiere caza, si hay caza tiene que haber daños y si hay daños tenemos que pagarlos.

La conclusión de todo esto es que no se puede cazar por 400 euros anuales y disfrutar de más de 20 batidas de jabalí, ni tampoco se puede pretender que los cazadores seamos los responsables de todo lo que ocurre en el campo.

Al final, el resultado es una situación económica inasumible y que irremediablemente va a desembocar en la renuncia a la gestión cinegética de muchas sociedades de cazadores, con todo lo que eso conlleva.

Asturias fue pionera en lo que a gestión cinegética se refiere y nuestro modelo fue utilizado antaño por otras comunidades con éxito. Desgraciadamente, ese modelo se fue quedando vetusto, no fuimos capaces a gestionar en función de la abundancia. Quizá demasiado acostumbrados a gestionar la escasez, sólo nos quedamos con la parte positiva que nos proporcionaba el jabalí y su abundancia, y en ningún momento analizamos los problemas resultantes de un modelo de caza como el nuestro acompañado de la abundancia de jabalíes.

Algo similar nos está ocurriendo con los guardas. Asturias antaño era admirada y respetada en materia de caza por contar con guardas extraordinarios, guardas con los que la empatía era inmediata, guardas que pensaban como cazadores y actuaban como guardas. En la actualidad esa figura del guarda tal y como la conocíamos en Asturias está llamada a desaparecer. Mientras en otras comunidades autónomas se definió y potenció correctamente la figura del guía de caza, en nuestra región nos hemos quedado en tierra de nadie, sin saber muy bien cuál debe de ser el papel de los guardas, apostando por guardas de oposición y olvidándonos de los guardas de vocación.

La historia de la caza está repleta de vivencias y anécdotas de los guardas de vocación, los guardas que vivían por y para el monte. Mucho me temo que con el modelo actual muchas páginas se quedarán en blanco.

El futuro pasa inevitablemente por conjugar de forma equilibrada la gestión cinegética con un modelo que nos permita afrontar el futuro con garantías. Por supuesto, ese futuro también pasa por un reglamento de daños coherente a lo que los tiempos demandan y, además, por la mentalización de los cazadores, que de una vez por todas tenemos que ser conscientes de la necesidad de ver la caza como una actividad de ocio y, como tal, debemos pagar por ello; de lo contrario, negro, muy negro se presenta el futuro.