Un número abundante de asturianos conoce la anécdota, del primer tercio del XX: en un teatro xixonés tarda en aparecer quien debe llegar a escena y el público se impacienta. Cuando ya hierve excesivamente el rumor, se encarga a un personaje popular, el Manquín, que salga a pedir disculpas. Aparece por un lateral del telón y se dirige al público para demandar calma y paciencia. Una voz altisonante y burlesca emerge desde el paraíso: «¡Manquín!, ¿yes empresariu?». Mancillado en su decoro, el Manquín replica: «Soy la "p." que te parió». Como puede suponerse, a partir de ese momento, la algarabía no hizo más que crecer.

Estas semanas pasadas hemos asistido a un espectáculo de semejante corte bufo. Ante el viaje que el Gobierno y algunas organizaciones empresariales han programado por ciertos países sudamericanos, entre ellos Cuba, el PP, con su presidente don Ovidio a la cabeza, ha venido a sugerir que los objetivos del viaje parecían más de tipo «placentero» (especialmente aquellos que se pudieren realizar en Cuba) que comercial. La crítica provocó de forma inmediata una ofendida respuesta empresarial, tanto de FADE como de treinta importantes empresas asturianas, que suscribieron un manifiesto conjunto. Un empresario, incluso, don Aquilino Iglesias Secades, publicó, a título personal, una respuesta aquí, en La Nueva España, con el título de «La duda ofende».

¿A qué se ha debido esa salida de tono del PP, más propia de un partido marginal, y que, por otro lado, reitera, como después veremos, actitudes semejantes de esa formación política?

En primer lugar, a una cierta concepción de la economía que no es más que una supervivencia del pasado. En efecto, de una forma más o menos difusa o confusa, para la derecha asturiana -como para la izquierda-, la «economía, economía» sigue siendo la de economato y empresa (principalmente grande) de la primera ola industrial. Lo demás, para ellos, tiene la escasa corporeidad, la misma inaprensibilidad que, en la literatura grecolatina, las sombras del Hades tenían para sus visitantes. Lo que no sea esa actividad empresarial «fetén», sobre fantasmagórica, es para ellos sospechosa.

Ni que decir tiene que la actitud que correspondería a un partido político responsable sería la de no entrometerse en nada en la vida de las empresas y limitarse a despejar el camino para la libre competencia, vigilando, al tiempo, el cumplimiento de las obligaciones legales a que están obligadas. Pero en Asturies tenemos una irrefrenable pulsión a decir a las empresas lo que tienen que hacer y a criticar su gestión, actitud que se sitúa entre el marujeo de chigre y la creencia en el poder mágico de las palabras. Así, por ejemplo, durante la última gran reconversión de (para entendernos) Ensidesa, la Xunta Xeneral, en un empeño ejemplar que no sé por qué no nos imitan todos los parlamentos del mundo, incluido el de la gran potencia emergente, China, dedicó casi un año -pleno sí, pleno no- a debatir cuál debería ser el ancho del nuevo tren de bandas en caliente de las renovadas instalaciones o si el convertidor debería llevar «soplado alternativo» o no. En esa misma línea pueden encontrar ustedes múltiples declaraciones de don Ovidio Sánchez y del PP, por ejemplo, sobre los socios de HC, sobre la compra de Arcelor por Mittal o los proyectos de éste para la factoría asturiana, acerca de las inversiones de Alsa a lo largo del mundo, etcétera.

Podría entenderse, ciertamente, que el meterse a marujear sobre las decisiones empresariales es una impertinencia inaceptable, en todos los sentidos de la palabra. Más aún, podría pensarse que, en ocasiones, esa conducta podría ser perjudicial para la actividad económica. Pero en realidad, dada la insustancialidad de las fuerzas políticas asturianas en relación con la marcha de la economía del país, cualquier cosa que digan o hagan no tiene, ciertamente, importancia apreciable.

Incluso, desde el punto de vista de los meros intereses electorales de esas fuerzas, no tiene relevancia alguna el que puedan o no meter la pata en lo que, en otro ámbito político-geográfico, podría tener repercusiones negativas. Es tal su insustancialidad política, tan inexistente su capacidad de diagnóstico sobre los problemas del país, tan nula su vocación de actuar sobre la sociedad asturiana (¿quién, por ejemplo, conoce alguna propuesta del PP sobre Asturies, salvo la alabanza de las gestiones de Aznar, Rato o Cascos?), tanta su dependencia y servilismo hacia Madrid, que, en realidad, da igual cuáles sean sus palabras o sus hechos: su éxito o fracaso (el de todos ellos, reitero) vendrá dado, en lo fundamental, por el éxito o fracaso de sus patrones de Madrid, por la proyección de éstos -como única realidad política existente- sobre los ciudadanos asturianos.

Por ésas y otras razones no es de extrañar que a don Ovidio y al PP no les procure rubor el abrir la boca y eyectar tonterías -unas veces per se, otras hablando por boca de ganso- y, como el Manquín, colocarse en una situación ridícula.

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