Yo apenas puedo recordar la España de la pobreza, la de los años 40 del siglo pasado, cuando en estas tierras sólo quedaban las lágrimas, las calles en silencio, las puertas cerradas de tantos hogares deshechos, las miradas huidizas cuando algunas personas se encontraban en sus respectivos caminos. Vivíamos entonces en la España que regresaba, temblando aún y dolorida, de la guerra fratricida y se enfrentaba a un futuro incierto, cuando faltaba todo y no le sobraba nada a nadie, excepto dolor y lágrimas. Y ahí estaba la pobreza, con muchas personas en la más absoluta miseria, cuando no había trabajo para nadie y lo poco que aparecía se pagaba mal, porque sobraban aspirantes. Era aquel el tiempo en el que escaseaban tantas cosas, salvo en las bolsas del estraperlo, que aquí sí que había, pero nadie podía pagar aquellos precios de escándalo, cuando el litro de aceite de estraperlo costaba cien pesetas, y lo que podía ganar una persona en una oficina cualquiera no llegaba a las trescientas pesetas al mes.

Los pocos coches que circulaban lo hacían con gasógeno, un artefacto que se abastecía con carboncillo, también con huesos de aceituna y cáscaras de avellanas o de almendras, que todo eso se quemaba en una especie de estufa situada en la parte trasera de los automóviles, que marchaban por las carreteras y caminos dejando a su paso una larga estela de chisporroteos y de humo, como si hubiera un incendio. Y es que escaseaba la gasolina, y la que había resultaba muy costosa y difícil de encontrar.

La pobreza se había instalado entre nosotros, y sólo con el paso del tiempo, año tras año, España fue mejorando, fue levantando la cabeza, aunque -en una primera época- ahí está el sacrificio de tantas personas que tuvieron que buscarse la vida fuera de nuestras fronteras, en Francia, Alemania, Bélgica o Suiza. Pero llegó un momento en que se creaban más empresas, más escuelas, más trabajo para nuestros jóvenes, incluso para muchas personas ya no tan jóvenes. Recordemos lo que significó para Avilés la Siderúrgica Asturiana, Endasa, Cristalería Española y, sobre todo, Ensidesa y, como en Avilés, en otros lugares de España. Y la pobreza fue disminuyendo, de modo que los que aún extendían la mano para pedir -que vagos y maleantes siempre han existido- lo hacían porque no querían trabajar como todos los demás.

Y, ¿cuál es la realidad actual, la de ahora mismo? Pues ahí la tenemos: en los dos últimos años, con el señor Rodríguez Zapatero al frente del Gobierno, España cuenta con el doble de pobres, y ahí está Cáritas para certificarlo. Algunas personas de las que acuden actualmente a Cáritas son viejos conocidos, personas que hace años habían ido en busca de ayuda, y que vuelven ahora, después de algún tiempo, al quedar de nuevo sin trabajo. Otros -la mayoría- acuden por primera vez, y aquí hay de todo: jóvenes, mayores, ancianos, hombres, mujeres, de todas las edades, condiciones y procedencia, tanto españoles como extranjeros, casi repartidos al 50 por ciento, cuando antes, hace años, los pobres que teníamos en España eran todos españoles.