Antiguamente, es decir, en el siglo pasado, cuando había que apoyar una procacidad con fuente de autoridad, se recurría a Cela, como quien para los chistes recurría a Jaimito o a los de Lepe. Ahora, ya no se lleva, porque de Cela sólo queda su literatura y, en los medios, los pleitos de sus herederos, no sus malos humores o salidas de tono. Y no ha tenido heredero. Para apoyar con citas a las procacidades de ahora, solemos apoyarnos en los personajes de la tele en amarillo, que algunos ven teñida de rosa; pero son menos ingeniosas que las achacables a Cela y, a pesar de ser igual de guarrindongas, en ellas falta cualquier clase de ingenio: es una orfandad como otra cualquiera y, como tal, ha de ser asumida.

También debe andar algo desconcertado el electorado por babor de mi provincia por la rara cosa habida la última semana acerca de a quién les ofrecerán como candidato en las autonómicas dentro de un año: por un lado y oficialmente, las preclaras mentes directivas no paran de ensalzar las tareas y actividades de su propio gobierno y se hacen lenguas de sus iniciativas y afanes; pero, por otro, parece que oficiosamente hablan de sustituciones, achacando paradójicamente a su propio Gobierno regional -y en especial a su presidente- una especie de hiperactividad que le hace demasiado visible. O, al menos, eso es lo que parece desprenderse una vez leídos los papeles, que vaya usted a saber, porque a lo mejor es que los demás interpretamos incorrectamente soplos al oído o insinuaciones y hasta los «off the record». Todo esto suena raro: es un «déjà vu» que nos retrotrae quince años atrás. Pero, claro, eso sólo les ocurrirá, digo lo del síndrome del día de la marmota, a quienes tengan el humor, la paciencia o la edad como para ponerse a recordar antañonas historias íntimas. Se supone que quien lo tenga bien fresco en la memoria sean, por ejemplo, dos afectados de entonces: Sergio Marqués que, gracias al cúmulo -o amontonamiento- de tantas sutilezas políticas, alcanzó de aquella la Presidencia del Principado o Antonio Trevín que, en la misma función, dejó de serlo. A lo mejor es que los indoctos en sutilezas nos perdemos ciertos hilos de tan importantes razonamientos y llegamos a conclusiones equivocadas o que, por estar mayores, no andamos frescos.

Esto claro, a los directivos de la cosa por estribor -que de sutilezas, hilos y edades, andan parejos a los desconcertados de babor- les hace frotarse las manos, con la única diferencia de que entonces, más menos, tenían en Marqués a su gran promesa blanca y ahora les falta promesa blanca, negra o arco iris.

Por nuestro lado, los de la gente, no andamos en absoluto preocupados por estas cosas y sí más por el empleo. Pero, ¡ay! El asunto desconcierta a los empleadores, es decir, los empresarios. No es de extrañar que sientan la misma orfandad que los procaces ante la ausencia de un Cela o un Jaimito.