Resulta algo desasosegante comprobar cómo sus señorías, culiparlantes incluidos, se reincorporan a sus escaños para ponerse a caldo perejil por la grave situación económica. En circunstancias así, lo que el común entiende es que habría que remar todos en la misma dirección, a ser posible en la adecuada, no cada uno por su lado. El problema es que para que eso sucediese este país no tendría que llamarse España ni estar habitado por visigodos de pata corta.

Para empezar a hablar, tiene bemoles que las sesiones se reanuden en el Parlamento un mes más tarde de las fiestas navideñas. Un mes largo, como si todo fuese rositas y no hubiese más de cuatro millones de parados. Zapatero sostiene que España está a punto de dejar la recesión, sin embargo de agosto de 2009 hasta aquí se han registrado 400.000 parados más.

El presidente del Gobierno nunca ha tenido claro qué es la recesión; no la vio inicialmente y no estoy seguro de que sepa exactamente en qué consiste. Resulta algo ocioso explicarlo, pero recesión, como los lectores conocen, tiene que ver fundamentalmente con la caída de la actividad económica y del producto interior bruto. El paro está lógicamente relacionado con esa falta de actividad: no hay producción, sobran empleados. De manera que no es razonable argumentar que estamos a punto de salir de la recesión cuando todos los días hay nuevos parados. Si eso estuviera produciéndose, más producción y mayor desempleo, habría que estudiarlo y tomar las medidas adecuadas.

Pero al Gobierno lo único que parece preocuparle de esta situación dramática es el reflejo de su desprestigio en las encuestas. Por eso, la batalla que está librando en estos momentos, en los mercados y en las redacciones de los periódicos económicos, es la de si España está peor o mejor que Grecia, un país cuya deuda sobre el PIB supera el 120 por ciento. No hace mucho más de un año ZP se mostraba ufano frente a Italia y retaba a Francia.