Platón quería que gobernasen los filósofos; no pidamos tanto, reduzcamos al mínimun nuestro deseo, pidamos que no nos gobiernen analfabetos. Ortega y Gasset

Por la noche, el Narcea iba muy silencioso, a pesar de lo crecido que discurría. El viento, no muy fuerte, era, sin embargo, tremendamente frío. Una invernada más, también anunciada, se presagiaba bajo la exangüe luna que se dejaba ver en el cielo. La estela que dibujaba el avión apenas podía notarse. Noche gélida y silenciosa, como la nieve que estaba por venir unas horas después.

Noche de un invierno que, no obstante, pierde sus batallas cada día también en estos lares ante la hermosura de unos naranjos que presentan una espléndida cosecha, ante la belleza de las camelias rojas que se reivindican más cada día, ante la proximidad de las mimosas que pondrán en el paisaje su gran apuesta de colorido primaveral.

Momento para mirar al cielo, para concentrarse y volcarse en el paisaje, para que los silencios fueran componiendo sus partituras contra ruidos y furias.

Y esta mañana, al encontrarme con nieve sobre el coche, decidí que no hablaría de política en el presente artículo. Al poder disfrutar de una amanecida en la que la nieve se adelantaba al alba, caí en la cuenta de que no tocaba ocuparse de lo cotidiano de la vida pública por estos lares. Al ver que la nieve en la presente ocasión caía sin voluntad de quedarse, me percaté de que se hacía merecedora no sólo de mi atención en el momento, sino también del presente texto, acaso recordando aquello que escribió Quevedo de que sólo lo fugitivo permanece y dura.

Aguanieve sobre los cristales de los coches rompiendo la monotonía de las primeras horas de la mañana. Nieve como azúcar glaseada sobre las ramas, aún desnudas, de casi todos los árboles y también sobre ese verdor de las praderías que ya insinúa que quiere ir explotando y reviviendo

No, no hablaré de política. Prefiero ocuparme del asombro paisajístico. Contra lo que es común pensar, el asombro no deviene necesariamente por tratarse de una primera experiencia. Son muchas las cosas que, por más que se repitan, no dejan de causarnos asombro.

Y no es mi deseo ocuparme de otros asombros mucho más prosaicos, que surgen cuando uno comprueba lo ilimitado de la estupidez humana; cuando uno se encuentra con textos de agitación y propaganda en los que se pretende teorizar sobre lo divino y lo humano sin tener como base, no ya una cabeza clara, sino ni tan siquiera la lectura de algunos libros de obligada consulta para incurrir, en el mejor de los casos, en meras perogrulladas.

No, me niego a ello. En este texto el turno es para esta nieve que nos visitó de amanecida, que iluminó el paisaje y los parajes antes de que el día dejase a la noche definitivamente atrás.

Hermosa fugacidad, grata comparecencia la de esta nieve que, muy probablemente, regrese con la misma discreción cualquiera de estos días, para colaborar en el paisaje del Carnaval que durante la semana venidera será celebrado, a pesar de todos los pesares y de todas las crisis. Como dejó magistralmente escrito Larra, «El mundo todo es máscaras, todo el año es Carnaval».

No, no hablaré de la política nuestra de cada día. De algunos que, reclamándose ecologistas de pro, nada hacen desde sus puestos en el Gobiernín para defender el tesoro natural de estos territorios cada día más despoblados. Pongamos que hablo de Carondio. Tampoco quiero ocuparme de quienes se autoeditan con dinero público llamando información a lo que es un afán propagandístico que, al final, ponen de manifiesto unas limitaciones que nos llevan a preguntarnos cómo es posible que la política esté en manos de estos personajes que son inconscientes de tantas cosas, empezando por su desconocimiento.

Esta nieve fugaz que desvirtuó la rojez del cielo en la amanecida. Esta nieve fugaz que, tal y como hemos querido verla, da prueba de un invierno que se va debilitando a medida que la primavera espera su turno.

Esta nieve fugaz que parece tener vocación purificadora y silenciosa.

Esta nieve fugaz que no sabe de estridencias. Esta nieve fugaz que no vino acompañada de procelosas tormentas. Esta nieve fugaz que apenas cubrió nuestros tejados. Esta nieve fugaz que se fue tan silente como vino.

¿Cómo no prestarle atención? ¿Cómo no dedicarle una salutación en este artículo?

¿Acaso no es ella también un acontecimiento? ¿Acaso no resulta balsámica su presencia? ¿Acaso no la recibimos con el mismo fervor que a esos poemas que a un tiempo nos estremecen y sosiegan, y que no podemos no acudir a ellos?

Esta nieve fugaz tras tantas turbulencias, y no precisamente climatológicas. Esta nieve fugaz tras el ensañamiento cometido contra la persona de Pepe el Ferreiro, que aún colea. Esta nieve fugaz tras tener noticia de que se apuesta desde el Gobierno por una incineradora en Asturias antes de que se pongan los medios para reciclar más basura. Esta nieve fugaz tras el alivio que supone que desde la fiscalía se solicita información sobre los vertidos al río Carondio.

Esta nieve fugaz a la que saluda nuestro ánimo que quiere ser un permanente valle de Josafat en llamas líricas.

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