Vuelve la nieve -es la sexta vez en lo que va de temporada, considerando el Naranco como referencia- y hasta la cumbre de Bruselas, como aquélla de Copenhague del pasado diciembre, organizada por los calentólogos, se ve asediada por un invierno como los de antes, como los de siempre, aunque en Washington estén registrando la mayor nevada de su historia.

Desde que se descubrieron 3.000 correos electrónicos cruzados entre los popes de la cúpula climatista en los que aparecía una conspiración en toda regla para alterar datos, ocultar informes, marginar a los críticos, forrarse y mentir a mansalva, nadie que sepa leer y escribir puede creerse el cuento del cambio climático, salvo que se interprete como un proceso dinámico natural, algo bien sabido desde siempre.

El engaño es masivo. No hace mucho, un líder ecologista reconoció que había mentido anunciando no sé qué catástrofe para así concienciar a la gente. Y acaba de descubrirse que ciertas ruinas de glaciares estaban calculadas siguiendo una guía turística o que el glaciar pirenaico de la Maladeta no había perdido 41 metros de espesor, como denunciaban, sino apenas 4 centímetros. Mentiras de mil a uno, y qué decir del pez mutante que iba a exterminar toda la fauna del Ebro y que nunca existió.

El tinglado está manejado por viejos militantes de extrema izquierda -trotskistas, maoístas, estalinistas, castristas, tititas, hoxistas, revisionistas...-, de manera que igual que antes mentían manejando las tramposas herramientas del marxismo para el análisis de la realidad, ahora mienten manipulando los datos de la naturaleza hasta hacerla irreconocible y, por eso, monstruosa y en trance de muerte.

En un caso y en otro -son los mismos tipos: originales y epígonos- se trata de atacar el capitalismo, agente central de la libertad, precisamente porque mucha gente, muchísima, me temo que en ciertos círculos incluso una amplia mayoría, odia la libertad, ya que para los que tienen vocación de siervos es horrible.