En Málaga, la tierra de Pablo Picasso y Antonio Banderas, a la gente desastrada en el vestir la llaman merdellona, término que parece ser utilizaban las tropas napoleónicas en la Guerra de la Independencia para referirse al pueblo malagueño:

-Merde de gens...

-Pues merdellón, tú, jodío francés...

Contestaban, por lo bajini, los malagueños. Y así hasta hoy.

«Conozco la ropa interior de todos y todas. Te sabes hasta la marca. Y es una sensación desagradable», declaró a un periódico el decano de Químicas de la Universidad de Oviedo, Fernández Colinas, y se le vino el mundo encima, incluido el señor Gotor, que es el rector. Se refería a aquellos alumnos merdellones que, siguiendo patrones diseñados en Pasarela Cibeles y otras, muestran esa zona donde la espalda comienza a perder su casto nombre. Justo donde nacen las lumbalgias.

Las modas son calculadamente pasajeras y pendulares. Recuerdo las de los beats, hippies, punkis, undergrounds, rockeros y heavis, que se han venido sucediendo desde la errática década de los sesenta, aquella de los «Beatles», hasta ahora.

Pero hay algunas que no son tan volátiles y perduran más de lo deseado por la industria textil, resistiéndose a la entrada del estilo «british», que intenta imponerse ahora en el mercado.

Hablo del caso de la «generación del chipirón», impuesta hace unos treinta años y cuya originalidad consistía, aparte de que el portador fuera existencialista ideológico (lo que hoy llamaríamos un cagapenas), en transportar ese estado de ánimo a la calle y, claro (es un decir), ir conjuntado en negro. Luto riguroso de toda la vida, oiga. Pero la tela negra no acaba de fenecer, aunque parezca un contrasentido, porque hoy heredaron ese gusto las pandillas «góticas», tan dadas al lucimiento de atuendos de negro-negro-te-lo-juro-por-mi-madre.

El otro caso de subsistencia es la «generación cantinflera», los merdellones a quienes se refería el decano Colinas y que recuerdan en el vestir a un afamado cómico cinematográfico, mexicano, de nombre Cantinflas, que al llevar el pantalón tan desplomado dejan ver la parte posterior de su ropa interior. Y como la bragueta les cae a la altura de las rodillas, derivan en un cómico espectáculo cuando intentan correr, porque suelen tener que ir a saltinos, cual pingüinos.

Se hace ciencia con corbata y sin ella, pues la informalidad en el vestir es compatible con la buena educación. Lo malo son los -alumnos y profesores- que no se duchan.

Ya decía Calderón de la Barca que «este mundo triste al que está vestido viste y al desnudo lo desnuda».

¿Corte y confección?

Corto y cambio.

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