Jorge era inspector del Banco Central de Argentina, la institución que supervisa el sistema financiero de ese país. Como ocurre en el resto del mundo, un cuerpo de élite bien pagado y considerado dentro de la función pública. Gracias a su experiencia y elevada cualificación, durante sus años de ejercicio profesional daba conferencias e impartía cursos de formación a sus colegas. De vez en cuando se topaba con la corrupción que asolaba la vida cotidiana. Incluso llegó a conocer las interioridades del infierno bancario que supuso «el corralito».

Como otros muchos descendientes de españoles o italianos que ostentan la doble nacionalidad, abandonó Argentina buscando una vida mejor. En realidad, la principal fuga de capitales es la humana: médicos, arquitectos o economistas -como él- llegaron durante la década pasada, contribuyendo a las altas tasas de crecimiento de España. Todos dispuestos empezar de cero, sacrificando su carrera profesional.

Tras aterrizar en Ranón, lo primero que sorprendió a Jorge fueron los automóviles del aparcamiento del aeropuerto. Así, realizó el primer diagnóstico sobre la nueva sociedad en que viviría: «¡Todos los carros son nuevos!», pensó mientras recordaba los desvencijados coches que transitan por las calles de Buenos Aires. Empezó a trabajar de taxista. Si buscan «Jorge en el taxi» en Youtube encontrarán un vídeo de TVE donde cuenta las razones de su emigración. Como argentino, brilla por su capacidad de comunicación y el reportaje es una delicia. Y como taxista era un gran conversador que entretenía a sus pasajeros comentando las cuestiones de actualidad. En mi caso, un colega con quien hablar de la crisis financiera o la gestión de riesgos.

Con su gran experiencia vital, me describió los tres tipos de inspectores que -a su juicio- transitan en el mundo de la auditoría: «Los Robin Hood, que son una minoría implacable que quieren salvar al mundo». Cuando se notificaba a un banco que uno de ellos va a dirigir una inspección, los directivos fiscalizados exclamaban «¡la cagamos, che!» y comenzaban las maniobras de alto nivel para lograr su sustitución, por alguien menos previsible. La incomodidad que originaban en el departamento, muchas veces acababa con su carrera profesional.

Luego están aquellos que llevaban un tren de vida muy superior al que podían permitirse. Eran los preferidos por los banqueros para inspeccionarles y al no sufrir castigo alguno, por la creciente impunidad y la corrupción generalizada, podían encontrarse con cierta facilidad.

Finalmente, había otro grupo, entre los que se encontraba Jorge, que hacían su trabajo con honradez y profesionalidad, aun habiendo renunciado ya a cambiar el mundo. En cierta ocasión, Jorge rechazó las cuentas anuales de una entidad financiera supervisada; no descubrió ningún fraude, sino un burdo error contable. El gerente de la entidad, con quien Jorge trataba desde hacía tiempo por motivo de sus funciones, intentó «gratificarlo» para que omitiese su observación ante la inminencia de la junta de accionistas. Con la tranquilidad cotidiana que da el resultado de las tareas correctamente realizadas, Jorge declinó amablemente «la sugerencia».

A los pocos días, el directivo, encarecidamente, le pidió una cita, a la que acudiría con el presidente de la entidad, al tiempo que le comentaba a Jorge... «al final va a rodar mi cabeza porque creen que soy un incompetente incapaz de "gratificarte"». Y no lograron «gratificarlo».

Cuando el Gobierno argentino comenzó a recortar los sueldos de la función pública, empeorando sus condiciones laborales, los funcionarios más valiosos abandonaron la Administración. El deterioro de aquella sociedad y el derrumbe del sistema financiero argentino propiciaron que Jorge hiciera las maletas y cruzara hasta la vieja Europa para buscar el futuro de su familia.

Cuando llamé estas Navidades a Jorge para la felicitarle las fiestas, supe que estaba en paro: el dueño del taxi se había jubilado y transferido la licencia. «A veces las cartas vienen mal barajadas», me dijo.

Pero Jorge es un luchador nato, un fajador veterano y rocoso dispuesto a pelear cada asalto. Como buen ajedrecista analiza su futuro. Otra vez en el punto cero. Otra vez la rueda de entrevistas laborales con dudosas ofertas de trabajo de algunos empresarios poco éticos que prometen pagar a partir del tercer mes, o trabajar sin sueldo durante un período indeterminado de prueba.

Hoy, en este país que es la España de los cuatro millones de parados, necesitamos a gente como Jorge; no por nuestra deuda histórica con esa Argentina que, cuando el hambre apretaba aquí, recibió a muchos de nuestros abuelos. Al igual que ellos, están hechos del mismo y valioso material emprendedor que les permite caer y levantarse tantas veces como sea necesario, sin perder el optimismo y las ganas de salir adelante. Un lujo.