No nos engañemos, la operación que está en marcha en España contra Zapatero es la de la desconfianza. No hay otra, al menos, que se perfile tanto. A veces ocurre que los ciudadanos hartos de que sus problemas no se resuelven coinciden en que hay que desalojar a un Gobierno. Entonces se producen este tipo de operaciones, contra Zapatero o quien sea. La oposición está obligada a desconfiar desde el primer momento, va en el sueldo, por tanto no tendría que extrañarnos que avanzada una segunda legislatura, las cosas tal como están y los más de cuatro millones de parados, desconfíe ahora con mayor razón.

Los españoles solemos ser contemporizadores con los políticos que elegimos y, por eso, los ciclos en el poder resultan excesivamente largos para lo que dan de sí. Nos hemos acostumbrado a los presidentes cautivos de su propia inoperancia y del llamado síndrome de la Moncloa. Lo de Zapatero se veía venir desde el primer momento, se está viendo ya categóricamente por sus resultados, pero eso no quiere decir que lo vayamos a perder de vista después de las próximas elecciones. Parece que sí, pero nunca se sabe.

El Presidente recibe apoyo de los suyos. La dirección del PSOE ha empezado a transmitir por tantán el mensaje de que hay una conspiración en marcha contra su secretario general y Zapatero devuelve el ánimo diciendo que al Partido Popular le va resultar difícil ganarle.

El Partido Popular es un auténtico desastre y eso hace que el final de una era no se perciba tan cercano ni tan nítido como debería percibirse. El aspirante, Rajoy, después de dos palizas en las urnas, renuncia a llevar la iniciativa, incluso en una situación en que el país requeriría de esfuerzo, responsabilidad y altura de miras.

A la desconfianza que Zapatero tiene por Rajoy se suma la que Rajoy tiene por Zapatero, pero eso son gajes del oficio. Lo peor es la desconfianza que los españoles tenemos en ambos.