San Buenaventura refiere, en el prólogo de la Leyenda mayor, que, siendo niño, fue librado de la muerte al suplicar su madre la intercesión de San Francisco de Asís, ya glorificado. De ahí que, como muestra de gratitud, el fraile de Bagnoregio escribiera años más tarde una biografía del Poverello que, con el paso del tiempo, y debido al prestigio intelectual y espiritual del autor, acabaría imponiéndose sobre las demás.

La recuperación de la salud corporal del pequeño Juan de Fidanza tuvo lugar, según se cuenta, en el transcurso de una aparición de San Francisco, quien, ante el niño ya sano, exclamó: «¡Buena ventura!». Y este fue el nombre que adoptó cuando, en su juventud, ingresó en la Orden franciscana, de la que se dice fue segundo fundador.

San Buenaventura nació hacia 1217 en Bagnoregio, una pequeña localidad próxima a Viterbo. Tras haber ingresado en la Orden de los Hermanos Menores en París se dedicó en cuerpo y alma al estudio, logrando armonizar ciencia y fe de manera excelente. De ahí que haya sido declarado doctor de la Iglesia y otorgado el título de doctor seráfico.

Elegido ministro general de la Orden y, más tarde, cardenal-obispo de Albano, sus cualidades para el gobierno no fueron menos apreciadas que las intelectuales, tanto por la Orden como por la Iglesia en general, pues era hombre de acción, equilibrado y simpático. Dante Alighieri lo incorporó a la Divina Comedia, y, en el Canto 12 del Paraíso, le hace decir: «Yo soy el alma de Buenaventura de Bagnoregio, que en los altos cargos siempre pospuse los cuidados temporales». Y así fue: en las tareas de gobierno antepuso siempre el bien espiritual de los que le fueron encomendados a cualquier otra cosa.

El tratado más conocido de cuantos ha escrito San Buenaventura es Itinerario de la mente (alma) a Dios, en el que expone el método para llegar por las creaturas al creador y desde la especulación hasta la contemplación. Concebido durante una estancia en el monte Alvernia, adonde se había retirado en busca de calma, logró hacer una original síntesis de San Agustín y Dionisio Areopagita, presentando a Cristo crucificado como el único camino que conduce a la paz.

Monseñor Jesús Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, ha sido coeditor de una traducción española de esta obra y de otras cuatro, escritas también por San Buenaventura, de temática afín: Incendio de amor, Soliloquio, El árbol de la vida, De la vida perfecta. Son versiones al castellano que logran que el lector se adentre con agrado en la doctrina del doctor seráfico.

El arribo de fray Jesús a Oviedo con las obras de San Buenaventura en su zurrón de pastor constituye un hecho que merece ser destacado. En primer lugar, porque se halla en las mejores condiciones para explicar a sus diocesanos la estructura de pensamiento del actual Papa, quien, en 1957, elaboró una tesis sobre la teología de la historia en San Buenaventura, con el fin de obtener la habilitación para la libre docencia en Múnich. Cuando en el año 2000, el entonces cardenal Ratzinger fue investido miembro de la Academia Pontificia de Ciencias, evocó en su discurso los inicios de su formación teológica y señaló cuán importantes habían sido para él San Agustín y San Buenaventura.

En segundo lugar, porque en la escuela del fraile de Bagnoregio se descubre, en toda su belleza, hasta qué punto la fe cristiana es amiga de la inteligencia, y que la potencialidad que en ésta se encierra halla en el entendimiento humano iluminado por Dios su plena realización.

En tercer lugar, porque la lectura creyente de la Sagrada Escritura, o lectio divina, se ha convertido en un objetivo eclesial prioritario. Monseñor Jesús Sanz Montes, por sus estudios sobre San Buenaventura y sobre espiritualidad medieval, conoce bien los grados de esa escala por la que se asciende desde la lectura meramente científica de la Biblia hasta la teologal y pastoral.

Así pues, un arzobispo que en su bagaje trae los recursos intelectuales que han de ayudar a los católicos asturianos a entender mejor la «forma mentis» de Benedicto XVI -el mejor teólogo en lo que llevamos de siglo-, a conciliar fe y razón y a adiestrarse en el método idóneo para leer el libro sagrado, ya sólo por esto, amén de otras cualidades, merece un esperanzado y franciscano saludo: ¡buena ventura!