Todo el mundo conoce, si no la ha olvidado, la parábola del perro que, a orillas del Nilo, fue a calmar su sed, pero observando el peligro en las inmediaciones, no lo hizo parado, sino con un previsor trotecillo que le permitía ligeros lengüetazos. Un robusto cocodrilo, como suele suceder en las fábulas, le dirigió la palabra, reprochándole que bebiese de aquella manera, tan poco sana. El perro le dio la razón: «Dañoso es beber y andar, / contestó el perro prudente, / pero ¿es mejor esperar / a que me claves el diente?». Y termina Samaniego alabando la sabiduría del perro viejo: «yo venero tu sentir / en eso de no seguir / del enemigo el consejo».

Según esta fórmula, cuando unos políticos exigen del adversario la más leal colaboración, invocando el patriotismo, ¿sería lícito aplicar la filosofía canina? Cuando, en este caso, Rubalcaba, Blanco o la Pajín recaban de Rajoy una leal colaboración para sacar al país de la crisis, ¿lo creen tan tonto como para brindar fórmulas exitosas que conducirían a una reafirmación en el poder de los enemigos? Supongo que la postura es difícil, porque los demandantes se escudan en el bien común, en el peligro bajo esta calamidad que es la crisis, o cualesquiera que fuesen los daños. Imagino que el político en ese trance recuerda que quienes piden socorro, para perpetuarse en el poder, están ahí gracias a un elevado número de votos que les aúpan y sostienen. Si el rival político les saca las castañas del fuego, salva la situación y corre con las responsabilidades, corolarios favorecedores del gobierno magnánimo que sacrificó sus ¿ideales? y dejó al otro que se rompiera las narices, pero les siguieron votando.

ZP ha tenido el olfato de granjearse la secuacidad de los sindicatos, algo que no hizo Felipe González y le cascaron un par de huelgas generales (en 1988 y 1994) que le descabalgaron de la poltrona. Hoy se bambolean los mismos fantasmas: que no aceptaron Nicolás Redondo ni Marcelino Camacho, sindicalistas pasados por la cárcel, que es una especie de máster de autoridad. El antiguo líder se la envainó en cuanto tocó la reforma y el incremento del gasto público, que llevó, no lo olvidemos, prácticamente a la quiebra a la Seguridad Social. Entonces, la realidad aconsejaba seguir los consejos del cocodrilo de la crisis, algo en lo que no ha caído ZP; realmente quiere comerse él al cocodrilo. En el debate de ayer, representó con gran soltura y delicia de los palmeros madrugadores el discurso arrogante y pertinaz de quien tiene el agua al cuello y quiere agarrarse, sin que lo parezca, a otra barca; lo políticamente correcto es atizarle con el remo en la cabeza.

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