Nunca estuve en Belfast, pero si alguna vez lo hago me cuidaré de no coger un taxi de la West Belfast Taxi Association, una compañía que da trabajo, al menos, a quince ex terroristas y a la que ahora pretende incorporarse el etarra José Ignacio de Juana Chaos. Un juez de distrito ha denegado por el momento su solicitud, pero este asesino en serie insiste en que su futuro está al volante de un coche al punto. No sé si en el Ulster, que han pasado a lo largo de su azarosa y violenta historia por infinidad de vicisitudes, se hacen cargo del riesgo que supone subirse al automóvil que conduce De Juana Chaos. Lo ignoro, sin embargo los vecinos deberían empezar a preocuparse por ello y más los usuarios, aunque el taxista no tenga desde el asiento delantero del vehículo la facilidad para apuntarles a la nuca si un día siente la nostalgia de la sangre derramada.

El abogado de este angelito autor de la muerte de veinticinco seres humanos apela al derecho de su cliente a reinsertarse en la sociedad. Dice que si no se le concede el permiso para conducir el puñetero taxi podría entrar en una nueva fase de depresión, y que si regresa a España volvería a declararse en huelga de hambre.

La novia del gudari, Irati Aranzabal, trabaja ya en la compañía del taxi que emplea a terroristas. Ha descubierto su vocación. Si el asesino en serie eligió Belfast fue para poder alcanzar esa segunda oportunidad que reclama y que él jamás dio a sus víctimas. Lo único que hizo a lo largo de su despreciable vida fue ofrecer a personas indefensas una carrera a la muerte sin retorno. Nunca dio muestras de arrepentimiento. Pero, ahí lo tienen aspirando a una bajada de bandera.

Los taxistas de Belfast y del resto del mundo deberían hacer una reclamación para evitar que De Juana Chaos denigre la profesión. Y si, por una casualidad, decidiese regresar para ponerse nuevamente en huelga de hambre, la huelga deberían secundarla las propias sondas.