La información sobre una resolución judicial que impone 55 días de trabajo comunitario, multa de 80 euros y un alejamiento de seis meses a un padre que abofeteó a su hijo de 11 años por desobediencia está sirviendo para poner a debate los límites de las correcciones paternales sobre los hijos que muestran una actitud rebelde.

El tribunal ha estimado los hechos como constitutivos de un delito de maltrato y ha dictado una sentencia pactada. El fiscal pedía un año de cárcel. Nuestro Código Civil, continuamente manoseado a causa de los políticos de turno, en su artículo 154 dispone: «Los hijos no emancipados están bajo la potestad de los padres. La patria potestad se ejercerá siempre en beneficio de los hijos, de acuerdo con su personalidad, y con respeto a su integridad física y psicológica». El artículo 154 añade: «Los hijos deben obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad y respetarles siempre y contribuir equitativamente, según sus posibilidades, al levantamiento de las cargas de la familia mientras convivan con ella».

En una sociedad que invita constantemente a la comodidad, a la mediocridad, la tarea de los padres se presenta como un reto para educar en el valor del esfuerzo, del trabajo bien hecho y en este aprendizaje la autoridad de los padres se rebela como herramienta necesaria. Pero ocurre que la «autoridad» tiene mala prensa. A los mayores les recuerda tiempos sin derechos y por añadidura el ejercicio de la misma está erosionado por el entorno más cercano. La televisión transmite de forma frecuente conductas de otras culturas, internet es un cauce problemático y hasta los valores de las familias de los amigos de los hijos pueden ser diferentes a los que los padres prefieren. Pocos padres se atreven a señalar expresamente: «Esta casa es diferente».

El bofetón de la noticia puede suponer sobrepasar los límites, pero en cualquier caso parece irrelevante en todo un contexto de atenciones de los padres. Algunos «ingenieros sociales» han querido traspasar a la familia sus «fantasmas fascistas», poniendo el énfasis en la descalificación de la autoridad, olvidando que la autoridad de los padres proviene del afecto, del amor y no es el resultado de unas votaciones.

También acuden tales «seudoconsejeros familiares» a la estupidez de prevenir conductas, señalando que la autoridad se atribuye a la derecha y la libertad a la izquierda. No cabe mayor maniqueísmo. Para ellos el respeto a padres, profesores, funcionarios o vecinos es una humillación antidemocrática.

Nuestra sociedad tiene que reflexionar sobre la hipertrofia de derechos y atrofia de deberes que se están imponiendo por modelos que hacen de la permisividad la única ley.