Uno está sobradamente aburrido de las cantinelas de todos cuantos se asoman por tribunas, púlpitos y atriles varios. Da igual que sean políticos, sindicalistas, periodistas, tertulianos, cómicos diversos o profesionales de toda especie, incluidos «los que viven de sus manos y los ricos». Sin pagar ningún portazgo a la Sociedad General de Autores de España, me he apropiado de este cacho de las «Coplas a la muerte de su padre», de Jorge Manrique, porque viene muy a cuento. Es que no hay un segundo en que no se lea en la prensa, no se oiga en la radio o no se vea por la tele algún sujeto o sujeta -en esto hay igualdad total de género, y hasta de número y caso- que no suelte en su vacuo discurso un rosario de expresiones como las siguientes: «Estamos trabajando», «poner sobre la mesa», «arrimar el hombro», «tirar por el carro», «políticas sociales», «hacer pedagogía», «acompañamiento en la reinserción», «cultura del vino» o de lo que sea, y un buen número de estúpidas muletillas más, comparables a ésas como «tío», «o sea», «para nada» o «mola», que repiten cansinamente las hordas juveniles ágrafas.

Sobre todas estas locuciones se ha impuesto últimamente una, que se repite de forma unánime y, además, clamorosa. Pocos hay que no digan que «es necesario un pacto». Como si la vida les fuera en ello, demandan con angustia que se llegue a un pacto entre los partidos políticos, los «agentes sociales» -otro notable gargajo gramatical-, los éstos y los otros, y hasta el Espíritu Santo. Dicen que es la forma de «salir de la crisis», que era una cosa que hasta hace una siesta se negaba que existiera, pero que ahora parece que apremia y se repite como una letanía.

Requerir un pacto, como medio para superar los problemas económicos que tenga la nación, es una necedad tan gorda como la cantidad de veces que se oye y el número de personas que lo dice. Un pacto es un compromiso entre varias personas sobre algo en lo que se han puesto de acuerdo. Por tanto se puede pactar construir un edificio, montar un negocio, ir de vacaciones al Caribe, jugar un partido de fútbol en la playa, desvalijar un chalé de la sierra, formar una cuadrilla para estafar con el tocomocho y tantas otras cosas como uno se pudiera imaginar.

De modo que es una soberana tontería clamar por un pacto, así, en abstracto, sin tan siquiera decir sobre qué. Además, no se sabe cuál es la razón de que, por pactar determinadas medidas políticas o económicas, vayan a ser éstas más eficaces. Lo valioso será que las disposiciones que se adopten sean las acertadas para el fin que se pretenda, haya pacto o no lo haya. Salvo que el pacto, por si mismo, tenga poderes mágicos. En ese caso, me retracto.