La Federación Socialista Asturiana (FSA) cortó por lo sano a principios de este mes la vertiginosa carrera de autopromoción de Vicente Álvarez Areces, actual presidente del Principado. Areces empezaba a estar en dos sitios a la vez y su agenda parecía la de un candidato en campaña preelectoral, a pesar de que el secretario general de la FSA, Javier Fernández, ya le había comunicado personalmente su intención de liderar la candidatura autonómica de los socialistas asturianos en mayo de 2011. En Asturias, al contrario de lo que constituye la norma en el partido, el secretario general de la FSA no ha sido nunca el candidato a la Presidencia del Principado.

El momento culminante de esa frenética actividad fue la intervención de Areces en un desayuno del Ritz, en Madrid. En el coloquio final dejó caer una frase: «Si se habla de mi candidatura al Principado debe de ser porque alguien parece tener dudas», que fue interpretada en la FSA como un intento de cerrar puertas al cambio o, incluso, como un desafío para tratar de repetir por la vía de los hechos consumados.

En su discurso del hotel madrileño, Areces había estado especialmente brillante al defender su gestión (su peculiar discurso del «Asturias va bien» le funcionó). Algunos de los asistentes, importantes empresarios asturianos y de otras regiones, destacaron la figura del presidente socialista. Una relevante personalidad gallega no pudo evitar las comparaciones: «Ayer estuve en un almuerzo con Núñez Feijóo -el presidente de la Xunta, valor en alza en el PP- y aseguro que Areces es muy superior».

Cuando más arropado se sentía Areces, la dirección del PSOE en Asturias hizo sonar los clarines. Su secretario de organización, Jesús Gutiérrez, dijo de forma explícita que ya había decisión sobre la candidatura y que quienes tenían que conocerla lo sabían. Y dejó entrever de manera implícita que el candidato iba a ser Javier Fernández. El actual líder de la FSA había renunciado a dar ese paso en dos ocasiones anteriores: en el 2003, para no ahondar en las heridas del partido, recién salido de un enfrentamiento interno, y en el 2007, para atender la petición de Areces de seguir un mandato más para poder concluir las obras que había puesto en marcha: la Laboral, el Hospital, El Musel. La dirección de la FSA había tomado nota de que Areces ganó las últimas elecciones en Asturias a Ovidio Sánchez por los pelos y con el voto de los emigrantes y a partir de aquí arrancó otra historia.

Con independencia de cómo se resuelva este proceso interno en el PSOE y cuando falta poco más de un año para agotar la legislatura, Álvarez Areces, libre de cualquier atadura electoral, tiene ante sí una gran ocasión para gobernar con desprendimiento y amplitud de miras. Para abordar sin prejuicios los graves problemas de Asturias en un momento delicadísimo de la región, con más de 80.000 parados otra vez y la economía estancada.

Areces recupera margen de actuación. Sin cadenas que le aten a nada ni necesidad alguna de hacer equilibrios a los que la perspectiva de afrontar un cuarto mandato iba sin duda a someterle, el Presidente está en unas condiciones inmejorables para sintonizar con el sentir real de la sociedad asturiana, y responder sin sectarismo a sus inquietudes y preocupaciones.

Un buen referente en esta línea lo constituye otro mandato socialista, el segundo de Pedro de Silva, un período que, no nos cansaremos de repetirlo, puede que haya sido el mejor de los protagonizados hasta ahora por un presidente asturiano y quizás el único que merezca un notable. Entonces, con la cura de humildad de haber perdido una mayoría absoluta, la liberación de las tensiones internas y el compromiso público de no optar a la reelección, De Silva supo corregir su prepotencia anterior y asentar muchos de los principios que aún siguen siendo pilares de la política socialista en Asturias: el equilibrio entre el centro y las alas, la reindustrialización, el turismo rural, la descentralización sanitaria, la modernización del campo... Hasta tal punto que hoy, muy alejado del escaparate público, se ha convertido en uno de los líderes más queridos y añorados.

Lamentablemente, Asturias también tuvo que sufrir lo contrario por actitudes mezquinas y revanchistas de quienes no dieron la talla. No hace falta ahondar mucho más en la crisis institucional que provocó Sergio Marqués y su empecinamiento en resistir a cualquier precio, en contra de toda ética y lógica parlamentaria, tras haber perdido la confianza de su partido y la de la sociedad asturiana. Las urnas despejaron después todas las dudas sobre aquella famosa clara demanda social a la que tanto apelaba, pero el daño irreparable a la región estaba hecho.

Un gobernante de altura no sólo debe admitir la crítica (Marqués trató de castigar al mensajero independiente), sino alentarla porque es la única garantía de que los asturianos estén bien informados. ¿Quién será nuestro Jefferson que prefiera periódicos sin Gobierno antes que Gobierno sin periódicos? Pero es más frecuente sucumbir al halago, o a la tentación de comprarlo. Los mismos mercenarios que jalearon, por cierto, a Marqués en su momento son los que sacan el incensario sonrojante con Areces. Hay altavoces y cortes de aduladores que es ocioso alimentar y de los que vale más protegerse. Salen caros al contribuyente y no sirven para nada.

Una máxima de fortuna en estos tiempos de penuria económica es la de que hay que convertir un problema, la crisis, en una oportunidad, las reformas que propicien un crecimiento más sano. Para la política del Principado también cuenta. El problema, un Presidente que puede que no vaya a seguir, es una oportunidad para que en el punto de mira de sus desvelos se coloquen únicamente los ciudadanos asturianos. Luego ya decidirá su partido si repite o no.

Álvarez Areces ha dado sobradas muestras de ser un político ambicioso, y quizá quiere seguir siéndolo. En esta recta hasta el final de la legislatura, esa ambición debe transformarse más que nunca en ilusión y beneficios para la colectividad regional.