Pues como su propio significado indica, son los que se encuentran atrapados en una red o, refiriéndonos a las cibernéticas, afianzados cómodamente en ellas. Sí, porque es lo que hacemos todos, en mayor o menor medida, una vez que hemos escuchado sus cantos de sirena. Me estoy refiriendo, en concreto, a las redes sociales; yo la que conozco es Facebook, aunque imagino que todas funcionarán más o menos de la misma forma, es decir, como los casinos que había en los pueblos, hace ya muchos años, sólo que dentro de tu propia casa. Allí se comenta, se muestra, se critica? En fin, nada que no hayamos hecho anteriormente, sólo que, eso sí, de una manera mucho más «fashion» porque lo hacemos a través de un ordenador.

Pensando en estas cibercomunidades, recordé una novela que leí hace años, se titula «Clones» y su autor es Michel Marshall Smith. La mayor parte de la acción transcurre en un lugar al que llaman Nueva Richmond y que no es otra cosa que una nave futurista de 13 Km2 abandonada en la auténtica ciudad de Richmond (Virginia). Cuenta Marshall que en el interior de esa monstruosidad mecánica habían hecho una ciudad de la que sus habitantes no necesitaban salir para nada. Contaba con viviendas, oficinas, colegios, centros de ocio, comercios, parques de esos de hierba verde... Es decir, todo lo que actualmente encontramos en una ciudad cualquiera de esas en las que vuela el polvo cuando se levanta viento. No es que podamos tildar de visionario al autor por predecir, en 1996, que se acabaría construyendo a lo alto, en vez de a lo ancho, dado el poco espacio «per cápita» de que disponemos, pero en lo que sí estuvo acertado fue en esa idea de que acabaríamos haciendo unas comunidades, un tanto cerradas, por esa tendencia al individualismo que cada vez es más notoria.

Y eso es Facebook, más o menos, una sociedad paralela a esa en la que nacimos, aunque con un orden similar. Entras, haces amigos y te envuelves en esa rutina de saludos y despedidas o de informar qué haces y en qué momento lo haces, esperando el parabién o la crítica de los demás; te relacionas con gente con unas inquietudes similares y llegas a sentirte «acompañado» por esa familia virtual de la que te puedes separar pulsando simplemente un botón. Lo cierto es que, dicho así, no suena del todo mal, pero, y aunque yo suelo estar conectada a dicha red, no puedo evitar que me deje un regusto amargo que la sociedad tienda a prescindir del contacto humano, de ese tú a tú, de ese mirarse a los ojos al reír o de ofrecer un hombro auténtico sobre el que llorar.