La verdad es que lo del dedo de Aznar no es en modo alguno un suceso para «dar el opio», como se decía en el Madrid castizo y se cantaba en «La verbena de la Paloma», después de otras cosas suyas tan cantosas como salir en la televisión con los pinreles en la mesa del salón del rancho de su amigo americano o meterle por el escote un bolígrafo a una periodista o engendrar en la garganta un gallo texanoparlante que hablara en su lugar, sino que lo que sí da deliquio y soponcios son las bacterias que salieron de los parleros que forman su frente de ofensiva y defensa, a quienes sólo les faltó gritar lo que pensaban o acaso mascullaban entre dientes, eso tan dulce y respetuoso y conciliador para cerrar categóricamente cualquier resquemor y beber una infusión de amapolas del olvido para dejar que la memoria se aquiete y que los muertos entierren a su muertos y demás, como es lo de «rojos, de paseo y al paredón».

Claro que hay muchas formas de fusilar, porque un fusilamiento laboral, profesional y político es el que están maquinando para acabar con el juez Garzón, al que, por cierto, no tengo instalado en mi androceo, aunque hay un hueco disponible, ya que acabo de desalojar de él a uno que me salió sapo indeseable. Pues su caso es, según se decía en las novelas de hace dos siglos, el «clou de la soirée» o lo más actualmente candente del sarao español fuera de España, debido a la tremebunda e impactante anormalidad que supone impedir que alguien que persiguió y condenó a dictadores extranjeros por sus crímenes, aquí, por lo mismo, lo amenacen, acogoten y lo quieran inhabilitar, y que, claro, quienes pretenden cortarle las manos y la lengua sean los que tienen arte, parte y grandes intereses en resucitar ese pasado de brazo en alto y tente tieso. Tiene gracia que a este hombre lo hayan crucificado por ir a una cacería, hoy actividad primitiva de machos impotentes, y le hayan salido cazadores hasta entre sus colegas, que le han puesto rabos y cuernos, para mandarlo al infierno.

Este país no tiene arreglo. Bueno, sí puede ternerlo el día en que deje de ser Don Quijote y el ruido estridente del silbato del capador no le suene a música angelical y se levante al fin de la siesta y la modorra del opio. Lo del dedo de Aznar no es nada ni llega siquiera a nadería, al lado de lo que han armado por el mapa del punto G y la búsqueda del clítoris las puritanas y calvinistas que convertirían a la ministra de Igualdad en un ninot para quemarla en efigie, se supone que no viva. Bueno, a ver si la próxima vez J. M .A. no se limita a poner tieso el dedo y se anima un poco más, haciendo la peineta con el pene, desnudo, sin preservativo ni dedil, y los dos compañones, que eso sí sería un cañonazo del erostratismo, muchísimo más paralizante que quemar el templo de Artemis o ponerse a defecar en la capilla Sixtina, fotografiado por un tropel de turistas japoneses.