El otro día, tomando un aperitivo con mis amigas Fátima y Annie, debatíamos lo que se es o no se es en función de si uno se gana la vida con ello. Las opiniones estaban divididas entre reconocer el talento o necesidad de una persona por dedicarse a algo determinado, independientemente de si llega a conseguir el éxito. Se contempló el caso de si a una persona que, por ejemplo, pinta sólo un cuadro en toda su vida se le puede llamar pintor; pues, evidentemente, no. Pero ¿qué sucede con aquel que sueña con esculpir y que en cada piedra con la que se topa en el camino ve una figura y no ceja en su empeño hasta que la saca del corazón del pedernal? Lo mismo sucede con otras profesiones. Vocaciones que no se corresponden con la actividad cotidiana y pasan a ser consideradas entretenimientos; y aquí podríamos plantear la pregunta en sentido inverso: ¿Es maestro todo aquel que cobra a fin de mes por impartir clases? Es evidente que no estoy hablando de las definiciones que el DRAE tiene para estas palabras, sino de algo mucho más profundo. A mi juicio ser maestro es otra cosa; es sentir la necesidad de estar entre los niños, disfrutar con sus ocurrencias y tener una paciencia, si no infinita pues hablamos de seres humanos, sí lo suficientemente grande para poder aguantar a toda una clase llena de chavales en medio de una «Ciclogénesis Tocanarices Explosiva «. (Es que esta semana la ciclogénesis está de moda). Cuando de arte se habla, nos arriesgamos a que pase inadvertido un talento excepcional, que no es poco; pero cuando hablamos de, por ejemplo, la enseñanza, son terceras personas las que sufren la falta de vocación. Estamos hartos de ver a personas que estudiaron Magisterio hacia el final de los setenta y principios de los ochenta, porque era una titulación universitaria que se obtenía en sólo tres años y que, además, te permitía opositar al funcionariado. Aunque en el mismo caso estaría esa persona que estudió Económicas porque el sueño de su vida eran los presupuestos y los balances y que terminó dando clases en un instituto sin apenas soportar la tensión que supone trabajar con los adolescentes de hoy en día, que por culpa de la sociedad en general, y de los padres en particular, se creen los reyes del mambo. Creo que «ser» es algo más que ganarse la vida con ello. No podemos condicionar el talento al éxito; y es que, si lo hiciéramos, no podríamos hablar de Van Gogh como el máximo exponente del posimpresionismo porque, además de no cosechar ningún éxito en vida, dependió hasta su muerte de las ayudas económicas de su hermano menor Theo. Qué, ¿aceptamos Van Gogh como uno de los mejores pintores de la Historia?