Vivimos en un mundo globalizado. Compramos y comemos lo mismo. Vemos las mismas películas. Tenemos los mismos ídolos deportivos. Bueno, ¿globalizado? ¿Seguro? Mejor sería afirmar que casi globalizado. El sentido del honor, por ejemplo, no es el mismo aquí que en Japón. Hay especificidades que no cambian. El cuerpo abandona su pose erguida conforme se avanza al Oriente y de encajar una situación comprometida se trata. Aquí la sostenemos y no la enmendamos. Altivamente. Cuanto más menesterosos y a veces más equivocados estamos, más recto caminamos, más miramos por encima del hombro. No así en Japón.

En Nagoya, hace unos días, el presidente de Toyota, Akio Toyoda, ojos llorosos, traje impecable, gesto sincero, miles de empleados en todo el globo, hizo una reverencia al más puro estilo japonés para pedir disculpas al mundo. Toyota tendrá que hacer revisión a más de ocho millones de automóviles (cien mil en España) tras detectarse serios problemas en los sistemas de acelerado y frenado. El gasto para la firma promete ser mareante.

El presidente de la compañía automovilística, que le ha pegado un bocado semimortal a la industria homóloga americana, pidió «disculpas de manera sincera» ante los medios de comunicación en rueda de prensa. Al terminar, se levantó e hizo la reverencia. Con sencillas palabras dijo que seguirían esforzándose en fabricar mejores coches y en cuidar más a sus clientes. Tal vez sus jefes de marketing se hayan preguntado para qué sirve su estrategia. La de ellos. Si la tienen.

Las críticas en América no paran (aunque tras la reverencia no han llegado al grado de irreverentes), no hay tregua en estos tiempos de crisis que más bien para el sector del automóvil son de drama. Por eso se les está achacando incluso muertes producto de varios accidentes en carreteras estadounidenses. Pero Toyoda, él solito, con su gesto, de una simpleza grandiosa, de una grandeza simple, pero a la vez colosal, genera simpatías, que en el caso de las compañías de coches (y de pan y de libros y de motos y de teléfonos) son primas hermanas del acto de comprar. Y eso que no quiere vendernos una moto, sino coches.

Estamos acostumbrados a que el poderoso nos mire de frente. O por encima. Pero no a que a continuación se incline. Un poco, otro poco, un poco más. Hasta un grado de reverencia importante, cercano a la humillación del vencido según el código de honor japonés. La competencia casi exigía con los colmillos ensangrentados un haraquiri. Tendrán que conformarse con una reverencia.