«Más vale prevenir que curar». Es una de esas frases que conocemos todos, que cada uno de nosotros hemos repetido alguna vez o al menos hemos hecho nuestra si alguien la decía. Y, sin embargo, como somos seres enormemente contradictorios, este aspecto no iba a ser una excepción.

Contrariamente a lo que pudiera parecer, el ser humano, tan frágil, tiene un extraño concepto del peligro. Pareciera que nos creyésemos una especie de pequeños superhéroes al pensar «eso no me va a pasar a mí» y, así, arriesgar nuestra integridad de manera cotidiana. Todos recordamos algún accidente laboral con consecuencias fatales por una pequeña negligencia. La fuerza de la costumbre nos hace pensar que el peligro es menos si hemos conseguido realizar una acción muchas veces sin consecuencias, pero con que nos ocurra en una única ocasión será suficiente si el daño es irreparable.

Y no sólo se deben tomar medidas para prevenir accidentes laborales; la vida cotidiana, por desgracia, también nos pide estar alerta, sobre todo con los niños. Graves accidentes domésticos y de tráfico son demasiado habituales hoy en día.

Y es que prevenir es una actividad muy poco lucida. Cuando la prevención ha sido buena, muchas veces no sabemos de qué nos hemos librado, la palabra misma «prevención» parece mucho más importante cuando se dice a posteriori «esto tendría que haberse previsto para evitarlo», pero entonces deja de tener significado, suele ser ya demasiado tarde.

Por eso nos acostumbramos a oír que estamos en alerta naranja o roja por cuestiones climatológicas, como la «ciclogénesis explosiva», que nos visitó el pasado fin de semana. Lo cierto es que la palabreja se las traía, no sé si por el desconocimiento del término meteorológico o por lo de «explosiva», que siempre asusta un poco. Hemos tenido la suerte de que por nuestra región no haya dejado daños personales irreparables como ha ocurrido en otros lugares de España.

Y ahora, que ya ha pasado todo, y que en realidad no ha «pasado nada», he oído decir a más de uno: «Esto fue como la gripe A: mucho ruido y pocas nueces».

Pues no, señores. No es cuestión de haber hecho demasiado ruido, sino más bien de prevención. Ahora que no tenemos que curar ¿no nos alegramos de haber prevenido? Eso sí, sin obsesionarse, que todo debe hacerse en la medida apropiada, No vaya a ser que demasiada prevención nos deje sin disfrutar de la vida.