La semana pasada se me ocurrió comentar, en la cancha de Facebook, las declaraciones que los medios atribuían a ese actor español que opinaba del preso cubano muerto por huelga de hambre. Me apetecía entrar en la polémica y el resultado fue que coincidí con bastantes en la condena al régimen castrista, pero discrepé con otros en cuanto al tratamiento de la noticia, pues el actor había dicho más de lo que le atribuían algunos periódicos, que mutilaban sus declaraciones y las sacaban de contexto para coger sólo lo que interesaba y lincharlo públicamente, jactándose de que perteneciera al denominado sindicato de la ceja que apoyó a Zapatero.

No sé para otros, pero para mí no es lo mismo mentir que tergiversar. Desde luego que no. Tergiversar es más dañino y mucho más peligroso. Supone aprovecharse de la verdad y manipularla para conseguir un determinado objetivo. Algo cada vez más frecuente y, si cabe, más detestable que la censura, pues aquella se ejercía por amputación, y esto de ahora por aderezo de una verdad que sale a la luz después de haber sido cocinada para construir una realidad que es la que conviene, en función de ciertos intereses o, incluso, como ha confesado algún director, de lo que la gente espera leer. Cuestión que es como para echarse a temblar, pues significa admitir que algunas empresas de comunicación parten del convencimiento de que los lectores estamos ávidos de carnaza y preferimos el escándalo antes que la verdad.

Los medios hablan, casi en exclusiva, de un único mundo posible en el que la solución de la crisis pasa por reducir el gasto social, reducir los derechos de los trabajadores, aumentar las subvenciones a los bancos y no regular ni controlar las maniobras financieras que han dado lugar a la situación que tenemos. Hablan de un mundo, a la medida de ciertos intereses, que va logrando cada vez más adeptos porque cualquiera que opine de forma distinta se expone al ridículo de que lo tilden de visionario y cosas peores.

Por si no estaba convencido del todo, que lo estaba, de que los medios han construido un mundo en el que ser bueno o malo no depende de los hechos sino de los intereses, al despliegue de titulares que recogían las declaraciones del actor a propósito del fallecido preso cubano sucedieron otros sobre los indicios de que el Gobierno de Venezuela pudo haber colaborado con ETA. Lo justo para sacar de paseo al ogro, Chávez, y explayarse sobre las amistades y los supuestos apoyos que le brindan Zapatero y todos los que se consideran de izquierdas.

A mí en concreto, y supongo que a otros muchos que no tienen reparo en confesarse de izquierdas, no me gustan Fidel, ni su hermano Raúl ni tampoco Chávez. Tampoco me gusta Berlusconi, pero ese, según los medios, es el Cavalieri y el otro, una bestia parda. Poco importa que haya sido imputado por corrupción, falsedades, sobornos, tratos con la mafia y otros delitos por el estilo. Berlusconi es punto y aparte. Dice, más o menos, las mismas tonterías que Chávez, pero, claro, Chávez no tiene la fortuna ni el imperio mediático que maneja el italiano.

Ese es el tema. Para la inmensa mayoría de los medios el mundo bueno, civilizado y económicamente viable es el que cae del lado de Berlusconi y la culpa de que parezca imposible otro mundo más decente, como bien dice un refrán mexicano, no la tienen sólo los chanchos, sino quienes les dan de comer y les rascan el lomo.