A José Luis Fernández López, por haber sabido hacer belleza de página de sus parajes de infancia, aquí, en Cornellana.

Es perfectamente creíble la anécdota que contaba Pepe el Ferreiro en el artículo que publicó el martes en este periódico cuando refería que una funcionaria de la Consejería de la Cosa (de Cultura, en este caso) había preguntado dónde estaba Salas. Y es que, como me tiene dicho repetidas veces otro asturiano occidental por el que siento gran aprecio, para muchos políticos, Asturias termina en el alto de Buenavista. Lo cierto es que el desconocimiento sobre el occidente astur no es algo superado que remita a tiempos muy pretéritos, pues sigue sucediendo hoy.

Lo cierto es también que, al hablar Pepe el Ferreiro de la oportunidad perdida por no haberse restaurado hace ya tiempo el monasterio de Cornellana, no sólo suscribo de principio a fin lo que plantea, sino que además me estremece presenciar la ruina de ese monasterio, así como la constatación de otras muchas asignaturas pendientes de estos contornos.

Ubíquese el lector por un momento en el monasterio del que venimos hablando y pregúntese qué explicación puede haber para que las obras de restauración, con partidas presupuestarias ya aprobadas, no hayan comenzado aún. Tras la contemplación azoriniana de las ruinas, encamínese río arriba por la llamada ruta del salmón, ruta de leyenda si se tiene en cuenta que el mágico pez que tanto alegró estos parajes parece estar en trance de desaparecer. Pues bien, lo que se va a encontrar es la metáfora perfecta de lo que pudo haber sido y no fue, es decir, los restos de una obra ferroviaria que en su momento, en la posguerra, pretendía transportar el carbón desde Cangas del Narcea a San Esteban de Pravia. La obra nunca llegó a ejecutarse, y lo que sale al encuentro del caminante son los restos de ese proyecto que se quedó en nada.

No es ciertamente poca cosa toparse con un monasterio en ruinas, con un río por el que cada vez suben menos salmones y con esa ruta de lo que pudo haber sido y no fue. En su momento, el profesor José Luis Fernández López escribió un artículo publicado en el suplemento «La Nueva Quintana» de este periódico donde daba cuenta de este paisaje desde un estremecimiento que alcanzó una envidiable belleza de página. Y es que, si en las cercanías de San Esteban de Pravia, se habla de «la ría melancólica», ¿qué decir de estos parajes donde casi todo se quedó en expectativa? No hablamos de restos de antiguos esplendores, sino de huellas de expectativas frustradas, lo que nos hace estremecer hasta los tuétanos.

Obligado es hacerse la pregunta retórica: ¿Dónde está Cornellana? El día en que se termine el enlace del tramo Grao- Doriga, que lleva casi dos años de retraso, para ser fieles a la tradición, esta villa entre dos ríos, nudo de comunicaciones con el interior, la costa y el centro, quedará a muy pocos minutos de Oviedo.

Si bien puede decirse que nunca es tarde, por parodiar un conocido poema de Jorge Guillén, el centro de Asturias tendrá unas bodas tardías con la historia que desamó a diario, con la historia de uno de sus ríos más pródigos en salmones, con el soberbio poderío artístico de su monasterio, con ese itinerario que habla de un proyecto que, de haberse llevado a cabo, hubiese cambiado la vida de estos parajes, dotándolos de un dinamismo que nunca se llegó a disfrutar.

¿Dónde está Cornellana? En una ubicación privilegiada en lo que se refiere también a su paisaje, a la fertilidad de sus tierras. Pero, ¡ay!, las políticas que se vinieron haciendo a lo largo del tiempo se juramentaron para que sus accesos desde el centro de Asturias no estuviesen nunca a la altura de las circunstancias. Y, por si ello fuera poco, la brutal reconversión que se hizo en el campo convirtió en estas vegas en paisajes del abandono tomados por las bardas.

Si hablamos de su comunicación con la costa, desde una perspectiva histórica, muchos son los que podrán recordar aquella infame carretera carbonera entre Cornellana y Pravia, que, según parece, la trazó Sagasta, que, además de jefe de uno de los partidos «turnantes» (con «r») fue también ingeniero de caminos. Así pues, la carretera carbonera y el proyecto ferroviario que se quedó por el camino.

Y si hablamos del centro de Asturias, hasta los inicios del siglo XXI, el acceso a Oviedo por Trubia era, sin duda, el más tercermundista de aquella nacional 634 llamada en su momento a vertebrar Asturias.

El monasterio, la legendaria joya arquitectónica, que, como recordaba Pepe el Ferreiro en su artículo, pudo haber sido sede del Archivo General de Asturias, cuenta con todos los requisitos también para llegar a ser algún día un Parador con un atractivo turístico incuestionable, que, puestos a seguir soñando, tendría, asimismo, el valor añadido de un río Narcea limpio, lleno de truchas, anguilas y salmones con un extraordinario potencial de convocatoria para el visitante. En este caso, el arte, la historia y la naturaleza, parodiando al personaje de Tirso, clamaron al cielo y no los oyó.

Pero no perdamos la esperanza, no nos instalemos en la queja, tenemos que seguir soñando que llegará el momento en que las comunicaciones mejoren de una vez, en que prevalezca el convencimiento de que el futuro pasa, entre otras cosas, por preservar los tesoros artísticos, paisajísticos y naturales. Y en que, en el lugar de doña Belén Fernández, haya una autoridad política que decida hacer los saneamientos en los pueblos ribereños del Narcea.

¿Dónde está Cornellana, amigo José Luis? En un enclave de privilegio en el que la historia se da cita y en el que, algún día, el mapa encargado de recoger lo valioso y genuino dé cuenta de este lugar con el que queremos seguir soñando.

Y viviendo.