Anda el pueblo falto de tono y no por falta de entretenimiento. Por ejemplo, el portazo dado por los vecinos de enfrente -y posterior aparente retractación- a la candidatura conjunta de la capitalidad cultural ha pasado sin pena ni gloria. El mandamás de Carbayonia tiene tan habituado al personal a estas cosucas tan suyas que ya ni causan espanto. Ni tan siquiera le servirán a él ni a los suyos para que el humo tape sus problemas ocasionados por los monstruosos justiprecios que tendrá que pagar más pronto ya que tarde.

Tampoco a la ciudadanía conmueven ya las algaradas plenarias de la leal oposición por cualquier tema menor -por mucho que llegue ataviado con los ropajes de la enjundia trascendente-, como lo pueda ser un rifirrafe a costa de la cuestión cubana. Si ya es descorazonador que se consuman energías en un debate acerca de si está o no bien hecho que un órgano perdido por el arabesco lateral de la municipalidad se solidarice o apoye a un actor que hizo unas declaraciones sobre un asunto cubano, no lo es menos que el edil del grupo gobernante se deje colar un gol de ese tamaño o que otros de los socios coaligados demuestren tamaño grado de frivolidad al no valorar la consecuencia de su bromita. Mal todos: los unos, por provocarlo; los otros, por andar a la luna de Valencia, y los últimos, por montar una escenita impropia. Luego, vendrán a quejarse por el poco aprecio que la ciudadanía les dispensa y se extrañarán de lo poco que se valoran las buenas cosas que hacen y lo que se notan los tres o cuatro borrones repartidos por los cientos de páginas de limpia caligrafía.

A otro que se le ha notado mucho esto es al presidente en funciones de la Cámara de Comercio gijonesa. No será porque no se le advirtió por activa y por pasiva que le estaba fallando el estilo, que las formas estaban saliendo de lo que las empresas de la comarca estaban dispuestas a soportar. Pues ahí está el resultado: pérdida de las elecciones camerales. Ahora queda la restauración de todos los equilibrios rotos en los últimos años. Es lo que se espera del nuevo, de Félix Baragaño: lealtad institucional en las relaciones con Principado y ayuntamientos; restauración de los equilibrios fracturados, sin apearse de los imprescindibles cambios; transparencia en la gestión, como corresponde a una entidad de derecho público, y recomposición de las relaciones con los trabajadores de Cámara y Feria. La alta participación y la contundencia del resultado indican que eso era lo deseado por las empresas y lo que el candidato triunfador ofrecía. No quedaba lugar para las guerras pequeñas, ni para las actitudes atávicas o berrinches y más en la delicada situación económica en que nos movemos. El jarrón, afortunadamente y a pesar de lo mucho que se tambaleó, no se rompió. Ahora lo que toca es tranquilidad y normalidad: poco se pide.