Los amantes de ese monumento a la holgazanería intelectual que es el elogio, no del horizonte, sino del lugar común, tienen a su disposición, en lo que al fútbol se refiere, lindezas del tenor de las siguientes: los árbitros son deportistas, cometen errores porque son humanos, unas veces te dan y otras te quitan, «and so on».

Lo primero que hay que puntualizar al respecto es que los otrora trencillas, travestidos por el «villarato» en horteras de bolera de Wisconsin enfundados en uniformes de colores dignos de un muestrario de lencería de mercadillo, son en la actualidad profesionales más que dignamente pagados y que, como a tales, se les puede y debe exigir la diligencia debida en el cumplimiento de sus funciones y, en consecuencia, deben estar sujetos a responsabilidad caso de que, en el desempeño imprudente -no digamos doloso- de las mismas causen daño a terceros.

Al analizar el comportamiento de algunos árbitros de fútbol lo primero que llama la atención es su irrefrenable tendencia a equivocarse siempre del mismo lado, esto es, en perjuicio del más débil de los dos contendientes. Me explico. Cierto es que el error es consustancial a cualquier actividad humana. Cierto es, también, que arbitrar un partido de fútbol no es nada fácil, pero ¿acaso lo es operar a corazón abierto, diseñar un puente o dictar sentencia en un caso de homicidio? Pues bien, si al cirujano que daña la vida o la salud de su paciente, al ingeniero al que se le cae un puente por haberlo calculado mal y al juez que condena negligentemente a un acusado se les puede exigir responsabilidades de todo tipo, incluidas las penales, ¿por qué no habrían de reclamársele a un árbitro que sistemáticamente comete todos sus errores en perjuicio grave, directo y manifiesto del mismo equipo?

Dicho de otro modo, ¿qué opinarían ustedes del médico que siempre diagnosticara mal al mismo enfermo, del juez que siempre condenara arbitrariamente al mismo justiciable inocente, del policía de tráfico que siempre sancionara erróneamente al mismo conductor, del maestro que siempre castigara indebidamente al mismo alumno?

Lo grave de lo que vimos y padecimos el pasado sábado en el Santiago Bernabeu no es que el árbitro cometiera errores gravísimos, sino que esos errores los haya cometido siempre en perjuicio del mismo equipo, reiterando, además, anteriores felonías.

Si bien la buena fe se presume, es evidente que no se puede presumir la buena fe de quien siempre yerra en contra del mismo. Lo que a ese tipo de conductas subyace tiene un nombre tan castizo como descriptivo; lamento que el libro de estilo de este periódico me impida enunciarlo en este espacio.

De los periódicos y cadenas nacionales de radio y televisión que reiteraron hasta la suciedad -que no saciedad- que no veían las manos de Van der Vaart en el primer gol del Madrid, tomemos nota los sportinguistas como lectores, oyentes y televidentes.

En cuanto al árbitro, el señor Díaz Vega tiene una inmejorable ocasión de demostrar que su antisportinguismo es menos furibundo de lo que desde esta villa estamos más que sobradamente legitimados para pensar.

Y quede claro que, desde luego, Paradas Romero no es José Luis López Vázquez, que el atraco, aunque de guante blanco, no fue a las tres, sino a las ocho, y que la cosa no tuvo la más mínima gracia, salvo, claro está, para algún que otro bufón capitalino, de patria grande o chica, según los casos.