Vuelven las aguas eclesiásticas a tener marejada de fondo y vientos huracanados. La causa del temporal que lleva tiempo no remitiendo son los excesos de celo de algunos -tal vez ya demasiados- clérigos y en más alto orden obispos, que con tanto afecto como destilan llegan a perder la orientación espacial y se arriman, demasiado, a tiernos infantes y no tan tiernos con tocamientos y otras acciones.

Utilizar como objeto sexual a un o una menor, sea mediante la violencia, la astucia o la seducción, usando la autoridad que se supone sobre él o ella es, sin duda y por encima de cualquier otra opinión, un delito. Y es un delito de lesa Humanidad lo que algunos próceres de la Iglesia católica hicieron y hacen con jóvenes y niños en colegios, centros de acogida, residencias etcétera. La salida a la luz de los abusos sexuales sobre menores dentro de la Iglesia católica es ya una cifra enorme y un hecho innegable. No son hechos puntuales, ni esporádicos, ni mucho menos aislados.

El crítico alemán de la religión Karlheinz Deschner, nacido en 1924 y autor del interesante libro «Historia sexual del cristianismo», comenta que desde San Pablo a San Agustín, pasando por los papas, todos han cultivado y fomentado un demoniaco miedo a la sexualidad sin precedentes. En una atmósfera de fariseísmo e hipocresía, de represión y complejos de culpa, han envuelto y destrozado, aún destrozan, la vida a cientos de niños y niñas; de jóvenes y de adultos alienados y cobardes. Ponen, todavía, en cuarentena la vida íntima de las personas. La envidia a una vida más plena los llevó y lleva a corromper en sus seguidores lo más inofensivo, lo más alegre: el placer y el amor.

La Iglesia católica sigue envileciendo todos los valores que la vida sexual dona a quien la disfruta. Así, llama al bien mal, y al mal bien; a lo honesto lo define como deshonesto; lo positivo como negativo. Es la institución más antinatural en términos objetivos, cuando con su doctrina impide o dificulta la satisfacción de los deseos naturales.

La sexualidad, como tabú, es un tema recurrente de la Iglesia católica en este país; pero su mezquina falacia se hizo más virulenta una vez que el Estado regularizó la educación sexual en las escuelas, llegando a decir que es una intromisión del mismo en la educación familiar. El mundo cristiano se ocupó de la idea de que el sexo es sucio, pecaminoso y malo: «?todo lo de cintura para abajo tiene que ver con cochinadas?».

Ante tanta perversión sexual, extendida en los internados de frailes, y en otros «viveros de clérigos», uno se pregunta, con todo el derecho, si la historia cargada de crímenes y perversiones de la ideología católica no se deberá a la mutilación moral que la educación por parte de esa Iglesia ejerció, y es posible que ejerza, en la educación del individuo. Así, a uno se le antoja pensar que muchas de las carnicerías del cristianismo a lo largo de la Historia son consecuencia de su moral dictada y proclamada «urbi et orbi».

Tienen razón cuando dicen «la vida de este niño está en tus manos». Porque, en las de ellos: curas, frailes y obispos, sabemos lo que ocurre. Regulemos, entonces, esta Iglesia que día sí y día también nos muestra su lado más oscuro, y a la par intentemos, mejor evitemos, que tenga influencia política. Su autoridad moral se hace pedazos, se cae de vergüenza, de hipocresía, de mentiras y de crímenes.