El asturiano Campa, don José Manuel, secretario de Estado de Economía, es decir, «número dos» de la leona Salgado, nos acaba de poner los pelos de punta con la intangibilidad de la subida veraniega del IVA, ya que, según sus últimas explicaciones, poco importa lo que recaude el Estado en el tercer trimestre del año; ello será «irrelevante» y coyuntural, casi intangible para el fisco, por muy tangible que resulte su caída a plomo sobre los bolsillos de la nación.

Miren, esto es teología negativa en estado puro. La practicó antiguamente un tal Pseudo Dionisio, que no sabemos exactamente quién era, pero no se llamaba negativa porque fuera mala, sino porque predicaba que hay que vaciar la mente de todo cuanto sepamos y experimentemos, y así, a base de no saber, en la oscuridad, comprenderemos las cosas que nos sobrepasan, y las que nos sobrecogen los bolsillos también. O sea, hay que comprender lo que la subida del IVA no es para entender el incremento impositivo. Qué tontería es esa de que «esto lo arreglamos entre todos», si ni siquiera deberíamos entenderlo. Vale: «entre todos» los bolsillos se va a repartir el nuevo IVA, pero no será para aliviar las cuentas del Estado. Eso sería demasiado directo y cognoscible.

Lo que el país ha de demostrar a los mandatarios de la Unión Europea, que siguen muy mosqueados con nosotros, es que creemos con absoluta ceguera en la subida impositiva, que es tan sólo un sacramento, una miseria tangible, detrás de la cual se esconde una voluntad mucho mayor, que también exige un acto de fe: España reducirá su déficit monstruoso del 11,2 por ciento al 3. Para ello los penitentes ya desfilan por las calles señalados con dedo acusador por el Gobierno de Zapatero: son las comunidades autónomas, esas despilfarradoras, a las que seguirán en la picota los ayuntamientos. Lo bueno de tener una estructura de Estado como la nuestra es que despilfarran las tres administraciones a la vez, con lo que el pecado se distribuye mejor; además de entre ministros, entre presidentes regionales y alcaldes, que ponen carita de inocencia. Ellos no entienden. Pero a eso vamos: hay que no entender.