Medio siglo largo ha transcurrido desde el estreno del drama «Palabras en la arena» en el madrileño Teatro Español, de un casi primerizo Buero Vallejo, con Marisa de Leza y Fernando Delgado en los papeles principales. Una obra breve que fue más tarde ensayada en Oviedo, no sé si representada, en la que participaban actores asturianos, entonces aficionados, que llegaron a ser, y son, espléndidos profesionales, como Juanjo Otegui y creo que Pedro Civera, en sendos papeles de «malos».

La obra tiene que ver con un pasaje evangélico de soberana belleza, previo a la Pasión, que se leyó en las misas del domingo 21 de marzo: quienes buscan motivos para matar a Jesús le presentan una mujer adúltera condenada a la lapidación. «¿Tú, qué dices?», preguntan con el fin de comprometerle.

El Maestro, sentado y en silencio, escribe en la arena unas palabras misteriosas. Ellos insisten; él se incorpora y sentencia: «El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra». Todos desaparecen, empezando por los más viejos.

Quedan solos, frente a frente, los dos grandes protagonistas de la escena, con un final de sobra conocido. No se trata, pues, de condenar a nadie, sino de salvar. Salvar vidas, salvar conciencias, salvar comportamientos. ¿Habrá algo más importante?... El Maestro absuelve de la fragilidad humana, pero exige un cambio de conducta.

Quienes llevamos muchos años sobre la piel del mundo hemos tenido el discutible privilegio de asistir desde los años 60 al derrumbe progresivo de valores de indudable origen cristiano. Un proceso que nos ha llevado, además de a otras consecuencias, a la trivialización del sexo, a la promiscuidad, a la «sexolatría», convertida una verdadera obsesión y estimulada incluso desde instancias de poder, como es el caso de España, hasta extremos de verdadera degradación.

Entre las consecuencias más dramáticas de esta «deseducación» sexual están los embarazos no deseados, a los que, más que remedios preventivos, se han buscado soluciones tan injustas como la eliminación de los niños concebidos antes de salir al aire.

Alrededor de situaciones como ésta se mueven en nuestros días figuras que representan sus papeles en el drama: los jóvenes protagonistas que sufren las presiones del ambiente, sus familias, políticos, feministas radicales, laboratorios, medios de comunicación, clínicas abortistas? Todo conspira contra la vida indeseada que se teje misteriosamente en el cálido seno de la madre.

Los aspirantes a verdugos de la mujer adúltera se agolpaban para condenarla, mientras que ellos tenían una trastienda que ocultar. Pero, por lo menos, tuvieron la vergüenza torera de escabullirse ante el requerimiento del odiado galileo al que esperaba la primera Semana Santa de la historia.

Si buscáramos un paralelismo entre ambas situaciones, encontraríamos que ahora y aquí no se lapida oficialmente a nadie, y menos por un simple adulterio, pero en cuanto al aborto provocado, si preciso fuera, se arroja de algún modo la primera piedra, y muchas más, sobre el pequeño aún no nacido.

De hecho, ocurre algo parecido. Lapidación que también, de añadidura, recae sobre la madre, por las secuelas de un hecho tan brutal. Ambos tendrán, así, su vía crucis.

En cualquier caso, hoy se escabulliría poca gente. No habría motivo, porque vale todo.

Jesús sigue escribiendo palabras en la arena. ¿Cuáles eran? Buero apuntaba en el libreto alguna.