Es el título de una canción de Elvis Presley que me gusta especialmente. Porque siempre he odiado los guetos y a los que contribuyen a su existencia. No creamos que sólo existe un gueto cuando la gente que vive en él no puede salir, como sucedió con los judíos cuando Hitler empezó a hacer de las suyas, o un nido de delincuencia en el que sólo sobrevive el que anda más listo y mata antes de ser asesinado, como sucede en muchísimos barrios de las grandes ciudades de todo el mundo. Por definición, un gueto también es, según el DRAE, (sic) «Situación o condición marginal en que vive un pueblo, una clase social o un grupo de personas». ¿No se podría considerar, teniendo en cuenta esa definición, que las mujeres estamos en un gueto?

Cuando el pasado domingo veía en el telediario las imágenes del V Encuentro España-África de Mujeres por un Mundo Mejor, pensaba en ello. Pensamos que la mujer está consiguiendo el lugar que le corresponde dentro de la sociedad, pero yo no estoy tan segura de ello; porque el lugar que yo quiero en la sociedad es paralelo al de los hombres, no quiero una sociedad diseñada por y para nosotras: quiero que sólo exista una sociedad en la que todos seamos iguales. No quiero un puesto de trabajo o político porque falte una mujer en el cómputo final de miembros: quiero un puesto que yo me haya ganado con mi estudio y mi esfuerzo y, por supuesto, las mismas opciones para acceder a él que cualquier hombre. No quiero que me faciliten la vida por ser mujer: lo que quiero es que no me la compliquen por ese motivo. No quiero un Ministerio que se ocupe de mis problemas: quiero que se ocupe de ellos el Ministerio al que corresponda cada uno. Resumiendo: no quiero un caramelito para tener la boca callada mientras me lo como. Todas esas cosas que acabo de enumerar más el hecho de que, bien entrado ya el siglo XXI, aún tengan que reunirse las mujeres para luchar por sus derechos, son las que me hacen darme cuenta de que nos han dado un gueto en el que acomodarnos y de que nosotras lo hemos hecho sin armar demasiado escándalo.

Para mí, la discriminación positiva no deja de ser una discriminación y, como tal, estoy en contra de ella. Creo en las diferencias entre el hombre y la mujer porque son una realidad: somos diferentes tanto física como mentalmente. Y no quiero decir con esto que unos seamos mejores que otros; tengo una fe absoluta en que las pautas que ha marcado la Naturaleza en la evolución de los seres vivos y de su entorno están basadas en el equilibrio, por lo que opino que hombres y mujeres estamos aquí para complementarnos y no para construir guetos en los que olvidarnos unos a otros.