Los esfuerzos para la conservación del oso pardo cantábrico están dando sus frutos. El número de ejemplares se incrementa lentamente y la concienciación social va en aumento merced a la labor educativa desarrollada. Lo malo de estas campañas es que se pueden superponer unas con otras y llevar a conclusiones pintorescas a gentes poco formadas. Esto parece ser lo que está sucediendo con la antigua carretera del Rañadoiro. Por lo visto, algún grupo «ecologista» ha confundido la campaña antitabaco con la campaña pro osos. Han leído los avisos sobre la potencial toxicidad del alquitrán que traen las cajetillas y, no sabiendo que esto se refiere exclusivamente al del tabaco, se niegan a permitir que los osos se acerquen al asfalto por miedo a que les provoque impotencia (como dice en los paquetes), que era lo que le faltaba a una especie con tantos problemas reproductivos.

Es por ese motivo y no por fastidiar (con jota) por lo que se han puesto tan pesados con hacer desaparecer una carretera que sería una vía alternativa importante para el día (inevitable y no muy lejano) en que un argayo haga imposible circular por la nueva. Para asegurar la supervivencia de futuras generaciones de úrsidos no basta con cerrarla con una valla que evite el paso de vehículos, ni siquiera con taparla con tierra, cosas ambas que podrían ser retiradas en caso de emergencia. La tranquilidad de estos mamíferos amenazados no puede ser comparada con la de otros mamíferos bípedos, también en peligro de extinción, que habitan los pueblos de la zona. Al fin y al cabo, si desaparecieran los degañeses sería fácil reemplazarlos con especímenes traídos de afuera, cosa casi imposible en el caso de los osos, que, además, podrían ocupar el nicho ecológico dejado por los otros.

Desdichadamente, esta medida radical no basta para atajar uno de los principales problemas de la especie, que es la falta de comunicación entre el núcleo occidental y el oriental debida al nivel de urbanización de toda la zona central de Asturias. También aquí se deberían aplicar medidas drásticas. La autovía «Y», por ejemplo, supone una formidable barrera y debería ser levantada en, por lo menos, diez o doce kilómetros. De hecho, convendría derruir todas las construcciones humanas en una franja de similar anchura para facilitar el paso. Sabemos que una medida así requiere grandes esfuerzos, pero no debemos ser egoístas. No deberíamos privar a los ecologistas de Oviedo de una oportunidad de sacrificarse por la causa por querer quedarnos nosotros con todos los sacrificios.

El «amor al prójimo» y el «ayudar a los pobres» devinieron en secta, luego en religión y acabaron explotando a los campesinos, patrocinando guerras y quemando herejes. Tristemente, el «amor a la naturaleza» y el «salvar el planeta» va por el mismo camino. De momento, sus dirigentes oficiales ya parecen haber desarrollado el suficiente grado de fanatismo y de intolerancia frente a la gente indefensa de las zonas rurales y un notable grado de comprensión y tolerancia frente a las incineradoras, los eólicos y otros atropellos de las grandes empresas. Si aún no han llegado a lo de las hogueras es porque no tienen suficiente poder. El día que lo tengan, los que no comulgamos con ruedas de molino empezaremos a oler a chamusquina.