Cuando todo se hunde, reza. Pero ¿y después? Las oraciones han calmado nuestros espíritus, sin embargo la historia negra no ha terminado, seguimos cayendo por el precipicio. Más allá de reflejos piadosos o gestos desesperados, ¿qué se puede hacer?

Día sobre día la Bolsa española se viene abajo. Las declaraciones de los líderes europeos tratan de frenar el pánico extendido por todo el continente desde la quiebra técnica de Grecia: el agujero es tres veces mayor de lo que se aseguraba, ¿por cuánto habrá que multiplicar al final nuestro gigantesco hoyo?

A mi juicio, el problema español es muy superior al griego, porque aquí se cruzan la quiebra de la unidad de la nación y un Gobierno de extrema izquierda, ultraideologizado, que se opone a las centrales nucleares, a la liberalización de la economía y a la libertad de la sociedad.

En el primer mundo no existe la izquierda. Ahí está el caso del Reino Unido, donde sobre un partido nominalmente de izquierdas y en la práctica de derechas se imponen otros dos, liberales y conservadores. Como en EE UU, sólo hay dos partidos en pugna, los dos de derechas.

En España, sin embargo, todo está desplazado a la siniestra. La hay terrorista, como no existe en ningún otro país del primer mundo; la hay extremista, con todo el poder en sus manos, y la hay aliada a grupos abiertamente separatistas. Menudo panorama.

Así no cabe hacer nada bueno. España es un país completamente fuera de las coordenadas del mundo libre.

Las declaraciones de los líderes europeos pueden calmar el pánico continental, pero en lo que respecta a España sólo hay una solución: dar paso a un Gobierno de centro-derecha, que es lo propio de los países avanzados.

Mientras se mantenga esta gobernación delirante contra la libertad en general y la libertad de mercado en particular, contra la libertad religiosa y contra la unidad de España, estaremos perdidos. Lo dice hasta la Bolsa.