Diecisiete niños de Illano y Boal se quedarán sin poder estudiar el Bachillerato cerca de casa y tendrán que bajar todos los días -téngase en cuenta cómo se las gasta el invierno por estas latitudes- al Instituto de Navia. Eso es lo que ha decidido el señor consejero de la cosa. Y, además, ha dado un plazo mínimo y ridículo para pedir plaza ya en el centro naviego. Dice él, el Consejero, que no es rentable el Instituto de Boal. Y se queda tan tranquilo después de emitir semejante sentencia de muerte para un centro en el que está por ver si alguno de sus actuales alumnos puede llegar a ser un Severo Ochoa. ¿Quién puede asegurar que no? En todo caso, así de entrada, ¿dónde queda la igualdad de oportunidades tan cacareada por políticos, muchos de los cuales no conocen el origen de la problemática que plantea la despoblación rural?

El alcalde de Boal ha puesto el grito en el cielo. Y hay que apuntar, antes de seguir adelante, que pertenece al mismo partido político del señor consejero. O sea, que se puede entender que así, ya de mano, le puede llamar y decirle: «Oye, colega, que vas muy mal, que no te consiento que dejes a mi concejo sin instituto, que mira que nos van a brear en las próximas elecciones, que esto no tiene pies ni cabeza y que mis diecisiete niños de Bachillerato merecen tanta atención, respeto y consideración como los de otro concejo cualquiera, que por aquí llevamos muchos años perdiendo población rural, que si no hay instituto muchos padres se marcharán para que sus hijos puedan estudiar cerca de casa, que no, compañero, que no puede ser, que por ahí no paso».

Pero el alcalde de Boal milita en un partido y tiene que ajustarse, me temo, a las normas y a las reglas del juego de la política local, regional y «medio pensionista». Y a lo peor le dicen que si quiere optar a presentarse a la reelección que tiene que ser considerado con la decisión que ha adoptado un compañero de partido. Puede ocurrir también que el alcalde Boal se le suba a la parra a su partido, al Consejero y al lucero del alba y monte un tiberio de padre y muy señor mío porque, oye, hay diecisiete niños que desde octubre a junio tienen que bajar a Navia todas las mañanas, comer fuera de casa, regresar tarde para poder estudiar, y que eso son cuestiones muy serias porque con los niños, con su formación y educación, no se puede andar jugando. Si el alcalde de Boal no defiende con ardor guerrero ese instituto que acoge a los estudiantes de su concejo y a los del vecino de Illano, pues creo que su partido no puede esperar lo que se dice felicitaciones de Navidad en las urnas allá para la primavera próxima cuando hay que ir a las elecciones municipales.

Y si el partido del señor consejero y del alcalde de Boal ya no anda muy allá por alguna zona más del Occidente -léase Grandas de Salime, con lo que aún colea de la destitución de Pepe el Ferreiro con nocturnidad y alevosía-, ahora, aguas arriba del Navia, el personal puede encabritarse, y con razón, para optar por un cambio político que prometa amparo y seguridad de enseñanza a esos diecisiete niños y a los que vayan llegando, porque por la comarca hay matrimonios jóvenes, no muchos, eso es cierto, pero lo natural es que tengan hijos y que quieran que estudien el Bachillerato cerca de su casa.

El coste de la enseñanza, en cualquiera de sus escalones, no puede ser valorado en pérdidas o ganancias económicas. Cuesta lo que cuesta y punto. No es de recibo que haya dinero contante y sonante para chiringuitos de dudosa rentabilidad y se miren con lupa las cuentas de a cómo sale el Bachillerato de cada niño de Boal y de Illano. Habíamos quedado en que la enseñanza, la sanidad y la asistencia social a quien la necesita son asignaturas sagradas para los presupuestos. Ahí está la consejera de Bienestar Social, que dice un día sí y otro también que si le quitan un euro de sus proyectos que va a arder Troya. Pero es de un partido distinto al del consejero de Educación. Y este último puede que tenga que hacer más caso a su colega de Economía que, incluso, a su propia conciencia, si es que se para a analizar la situación que se plantea si se «pecha» el Instituto de Boal. Cada partido y cada maestrillo tienen su propio librillo.

Lleva uno muchos años, desde el siglo pasado, dejando bien claro que hay dos Asturias. Una, la central, muy rentable en todo y especialmente en votos. Y la otra, la del Occidente -sin olvidarnos del Oriente-, en la que, por ejemplo, la informática llega a velocidad de carreta, pese a que desde el centro se hace propaganda de que los ordenadores funcionan perfectamente en el noventa por ciento de las áreas rurales. Y un jamón. De Tineo, a poder ser.

Lo que sí está claro es que los políticos, que tienen unos buenos coches pagados por todos nosotros -con conductor incluido-, demuestran viajar muy poco por la Asturias de este Lejano Oeste. Y tampoco hay fácil explicación a la hora de analizar qué es lo que asesoran esos colegas de partido que tienen alrededor de ellos. Es posible que en Oviedo -hay un centralismo casi como cuando todo dependía de Madrid y los alcaldes para conseguir algo se ponían un piso en la capital- no tengan una idea clara de dónde está Illano y Boal con referencia a Navia. Y con los niños, en esto de igualdad de oportunidades, no se debería de jugar. Salvo que alguien lo explique y logre convencer, sobre todo, a los padres de los estudiantes que invernarán camino de Navia porque les «pechan» su instituto, el de Boal, conseguido en su día con sangre, sudor y más de una lágrima. Aunque de eso éstos, a lo peor, ni se acuerdan. Tampoco estaban allí.