Un conflicto que afecta apenas a doscientos trabajadores de Arcelor se ha convertido en una fuente de inestabilidad muy seria para toda la siderurgia asturiana. La empresa quiere que los operarios del tren de alambrón de Gijón, un centro de productos altamente competitivos y de gran calidad, asuman indistintamente labores de producción y de mantenimiento, según las necesidades. La misma filosofía de empleos polivalentes para ganar agilidad se está aplicando ya, sin discrepancias relevantes, en otras áreas de la fábrica. Los trabajadores del tren, en cambio, la rechazan.

No es ni el más complejo ni el más grave enfrentamiento que haya vivido la siderurgia en los últimos tiempos. Inexplicablemente, varó la semana pasada en fondos pantanosos, con los ánimos muy encrespados y posturas enquistadas. Los operarios del tren actuaron con contundencia y convocaron paros intermitentes en el taller. La empresa, en una medida excepcional y extrema, decretó el cierre patronal. Las aguas retornaron transitoriamente a su cauce con la intervención del Principado. A partir de mañana se reanudará la negociación.

El triste y previsible desenlace de este intercambio de golpes es que no ha servido de nada. Las posiciones, lejos de flexibilizarse, casi conducen a un callejón sin salida. Y lo que es peor: otra planta alemana, a la que fue desviada la producción para cumplir pedidos, gana a costa de Asturias. En una economía globalizada de la que Arcelor es nuestro principal exponente y con una empresa que dejó de ser estatal hace mucho y se mueve, como es lógico, por designio de su máximo accionista, los conflictos no se pueden dirimir por la fuerza.

Arcelor no es un ministerio en el que los puestos son inmutables, perpetuos y no se atienen a rendimientos, ni sus integrantes pueden actuar ya con resabios de empleados públicos, cuando todo se decidía en función de connivencias políticas o equilibrios sociales. Negarse a verlo, a admitir que en el acelerado mundo de hoy las relaciones laborales ya no son como hace tan sólo unos años, es caminar con una venda hacia el abismo. No está de más tenerlo presente el día después de un reivindicativo Primero de Mayo con duras críticas sindicales al dueño de la siderurgia en Asturias. Tampoco vale, de la otra parte, pedirlo todo a cambio de nada y convertir los derechos laborales en rehenes de la crisis.

La discrepancia forma parte natural de la cultura de una compañía tan grande y tan compleja. Hay un salto cualitativo e incontrolable cuando ese valor se trastoca. Unos sindicatos, con mayoría en el comité de empresa, no son proclives a sacar de ese ámbito las discusiones. Otros, con mayor ascendiente sobre las asambleas, quieren decidir todo a golpe de referéndum. Los sindicatos juegan con fuego mientras la conflictividad se recrudece. De esos polvos, las maniobras sindicales para hacerse fuertes en la plaza, vienen estos lodos. Los trabajadores del tren desoyeron a sus líderes y fueron más radicales, abriendo una dinámica tan arriesgada como destructiva.

A los retos difíciles no hay que responder con cerrazón y sí con actitudes abiertas. Que a estas alturas a un operario se le exija movilidad o multitarea no debe sorprender a nadie. A la dirección de Arcelor cabe pedirle compromiso. Son meses durísimos, de adelgazamiento extremo con dietas draconianas, y quienes conocen la siderurgia aseguran que hasta las mínimas inversiones, las más elementales para evitar el deterioro de las plantas, se han hurtado. La empresa lo niega, aunque lo que ofrece con una mano lo retira con la otra. Dice que está dispuesta a acometer mejoras para garantizar el futuro de las instalaciones de Avilés y Gijón y renuncia, en cambio, a reconstruir el horno alto, en contra de lo que había prometido y Asturias venía esperando desde hace dos años. Antes que con palabras hay que hablar con los hechos.

Asturias -un 2% del grupo Mittal- no es imprescindible para Arcelor y Arcelor -el 30% del PIB regional en peso directo e indirecto- sí es, en estos momentos, imprescindible para Asturias. Los competidores ni tienen piedad ni descansan. En un mundo tan descaradamente feroz siempre llegará alguien que saque tajada de lo que la siderurgia asturiana destruya. La planta a la que estos días se desviaron los pedidos tiene el doble de capacidad y la mitad de trabajadores que la de Gijón.

Dicen quienes lo tratan que Mittal es un magnate a la vieja usanza, de los que controlan en persona el negocio todas las semanas. Los lunes tiene sobre la mesa de su despacho un informe desglosado con la marcha de cada fábrica, y son decenas en el mundo. Las suele recorrer sin preaviso para que sus directivos no mediaticen la visita, y así exigirles cuentas sobre el terreno. Lo comprobamos hace poco en Asturias.

No es aquí un quebradero permanente de cabeza lo que debe hallar Mittal, sino eficacia y soluciones. Con los últimos resultados de Arcelor, que consolida la senda de los beneficios, hay síntomas de recuperación en la siderurgia. Caldear el ambiente como única respuesta entraña el riesgo de que cualquier hostilidad degenere el día menos pensado en un enfrentamiento irreversible y desbocado. Por el bien de Asturias, toca a todos obrar con responsabilidad e inteligencia. Nada más, sí, pero nada menos.