Acabo de recibir el borrador de la declaración de la renta y advierto que he perdido la cuenta de lo que llevo pagado por estafas y desastres en los que no tuve arte ni parte. Menos mal que mi torpeza aritmética es tan manifiesta que me da igual lo que carguen. Pago lo que me piden y allá que se las compongan, pero estoy convencido de que mis impuestos no pueden dar para tanto. No puede ser que alcancen para sufragar el paro, las obras públicas, el fondo para que los bancos no quiebren, las ayudas para que la gente compre coches, el rescate de Grecia y, ahora, los miles de millones que piden las compañías aéreas para resarcirse de la nube negra.

Aquí todo el mundo pide. Aquí las empresas, los bancos y cualquiera que se precie piden ayudas y subvenciones, exigiendo, sin cortarse, que se reduzca el gasto público por la vía de quitar prestaciones y todo lo que suponga ayudar a los que menos tienen.

No conozco en qué se basan las compañías aéreas para pedir compensaciones por lo de la nube negra, pero no me extrañaría nada que los gobiernos cedieran a lo que piden e hicieran el apunte contable considerando que Iberia o Lufthansa vienen a ser como un agricultor de Cancienes que pierde la cosecha de fabes por un «nublao» de granizo. Ya verán cómo encuentran la fórmula. Total, después de pagar la estafa de los bonos basura, la quiebra de los especuladores y el «crash» de Grecia, tampoco sería un escándalo que con nuestro dinero pagaran el capricho de un volcán que vomita ceniza allá por Islandia.

Lo curioso del caso es que cuando uno oye decir que destinarán tantos miles de millones para esto y tantos para lo otro no puede evitar preguntarse qué hacían con nuestro dinero cuando no había el paro que hay ahora, ni teníamos que pagar las estafas de los especuladores, ni las nubes negras solían tener mayor trascendencia, a efectos económicos, que comprar un paraguas en las tiendas de los chinos.

Así estábamos hace poco, pero como es muy cierto que una cosa lleva a la otra, el asombro que me produce ver, ahora, cómo nuestros impuestos dan para tanto me trae el recuerdo de aquello que se decía hace tiempo, que España es un país tan rico que por más que se empeñen no conseguirán arruinarlo.

«Que te crees tú eso», me dijo uno que sabe muchísimo y sufre en silencio los avatares de esa almorrana económica que cuando ya parecía casi curada vuelve a irritarse para sacarnos los cuartos. España respiró aliviada con lo que le dieron sus socios europeos, pero nuestra desgracia es que somos tan pobres que no podemos permitirnos lo que dicen los ricos. Todo eso del despido gratis, la supresión de las prestaciones sociales y los sueldos más baratos es carísimo. No podríamos pagarlo, de ahí que lo más sensato sea aguantar el envite y esperar que lo de la crisis sea como lo de la nube negra. Algún día tendrá que escampar.

Y, mientras escampa, tampoco parece descabellado exigir que el Gobierno nos trate como tratará, seguramente, a las compañías aéreas.