Es tan grande nuestra dependencia de la tecnología que cada día somos más vulnerables. Falla alguno de los inventos en que nos apoyamos y todo va manga por hombro. Vas al banco a cobrar la exigua pensión y te dicen que «no tienen línea» y que no funciona el cajero automático, no se puede abrir la caja, no hay teléfono ni nada de nada. En otros tiempos te acercabas a la ventanilla, el cajero te buscaba la cuenta en un libro muy gordo, mojaba su pluma en el tintero, anotaba la extracción y al minuto te entregaba un fajo de «pelas» que contaba valiéndose de un dedil de goma en el dedo índice.

Hay que ver la que se arma en los aeropuertos con los pasajes, los aviones, los controladores y la madre del cordero. Y no lo digo solamente por lo del volcán islandés, pero cuando eructó el Vesubio sepultó Pompeya y Herculano pero no se armó tanto lío. Quedó en eso y el mundo siguió funcionando. Dicen que eso se llama el «efecto mariposa».

La verdad es que siempre fuimos vulnerables. Hasta Aquiles, el héroe considerado semidiós por los estudiosos de la mitología, fue vulnerable. Para que no lo fuera, su madre lo sumergió en la laguna Estigia, excepto un calcañar por donde lo sujetaba para poder bañarlo. Las aguas de la laguna Estigia eran muy recomendables para la invulnerabilidad. Aquiles murió peleando y nunca se llegó a saber si fue porque le dieron un corte en el talón que no había sido bañado.

Igual ocurre con los edificios inteligentes, con los ascensores con memoria y las puertas automáticas, las escaleras mecánicas y los robots domésticos. Estos inventos que se anuncian como indispensable para la vida actual son los que más contribuyen a nuestra vulnerabilidad.