Algunos de mis lectores ya saben que me gusta, de vez en cuando (siempre que las circunstancias lo permitan), realizar viajes con mi esposa y nuestros hijos. Son viajes que nos ayudan a conocernos mejor, pues el ambiente es distendido y, al mismo tiempo, intentamos que sean viajes de interés cultural.

En esta ocasión ha sido Roma: «la Ciudad Eterna». Siempre hay una buena disculpa para acudir a Roma y, esta vez, la Scuderie del Quirinale nos aguardaba para ofrecernos un exquisito regalo con el que deleitarnos. ¿Y qué nos podía ofrecer este lugar, situado en una de sus siete colinas? ¿Qué se organizaba allí? Pues la exposición más importante de Caravaggio, con veintitrés de sus cuadros. ¿Motivo? La celebración del cuarto centenario del fallecimiento del artista. Tan importante evento estará abierto al público hasta el 13 de junio del presente año -por lo tanto, hay que darse prisa.

Es difícil encontrar reunidas obras de museos tan dispares como el de Berlín, Dublín, Fort Worth de Texas, Metropolitan de Nueva York, Kansas City, Nancy, Galería Palatina de Florencia, Galería Uffizi, Galería Borghese, etcétera. ¡Todo un lujo!, créanme.

Caravaggio, conocido como el padre del realismo pictórico, fue el pintor más famoso de Italia, así como uno de los más célebres de Europa. Temido por su difícil y extraño carácter, en 1606 mató a un hombre en un partido de tenis, lo cual lo llevó a pasar los últimos días de su vida en el exilio, huyendo de la justicia.

Su arte religioso fue motivo de turbación para sus contemporáneos, dado que los inquietantes fondos sombríos reflejaban terror, en una época de crisis espiritual.

1571, año en el que la Santa Liga venció a los turcos en Lepanto, nació nuestro pintor, Michelangelo Merisi, en la ciudad lombarda de Caravaggio, al este de Milán, que entonces estaba bajo dominio español. A Roma se dirigirá con 20 años, donde iniciará su gran carrera, aunque corta en el tiempo.

Todos los cuadros de la exposición son una maravilla, pero si me tengo que quedar con uno sería con «Baco», realizado en 1597, y que se conserva en la Galería Uffizi de Florencia -una de mis pinacotecas preferidas-. Con qué maestría representa la copa de cristal -de curiosas formas- que contiene el vino hasta su borde. Baco, el dios pagano, es representado por un muchacho sensual, de mejillas más que sonrosadas (¿producto del exquisito caldo?), que lanza su mirada al espectador al mismo tiempo que le ofrece la copa que sujeta delicadamente con los dedos de la mano izquierda.

El efebo ornamenta su testa con hojas de parra, sabiamente coloreadas, y racimos de uva negra. Se encuentra recostado sobre su brazo derecho, el cual se halla descubierto; una túnica blanca cubre el resto del cuerpo.

La parte inferior del cuadro gana fuerza con un cesto de frutas; éste era otro de sus temas favoritos -no olvidemos la obra «Cesta de frutas» que se encuentra en la Pinacoteca Ambrosiana de Milán.

En el margen inferior izquierdo, un recipiente redondeado, de cristal, con tres cuartas partes de vino y, donde todavía se aprecian las pequeñas burbujas del borde, hace pensar que ha servido para llenar el vaso que nos ofrece.

¡Qué más decir de esta maravillosa representación! Es un elogio de Baco y, al mismo tiempo, del arte de Caravaggio.

Esta exposición es una oportunidad única para disfrutar de la corta obra del pintor italiano, pues falleció con 39 años. Además, está muy bien organizada; pero si piensan ir, mejor intentar obtener las entradas por internet y, así, evitar las colas de la entrada.