Me siento como una balsa en medio del océano porque el exilio me ha arrebatado mi identidad; en España soy argentino, en Argentina me dicen «gallego». Escuché estas palabras recientemente, en boca del realizador hispanoargentino Agustín Furnari Alonso de Armiño, cuando presentaba en Langreo el documental «Mi padre es un desaparecido».

Cuenta el regreso de la esposa e hijo de Ceferino Fernández Álvarez -uno de los más de cuarenta asturianos desaparecidos en la dictadura argentina- a Muñalén (Tineo), su pueblo natal. Si Ceferino hubiera conseguido escaparse de las garras de sus verdugos, habría emprendido su segundo exilio. El primero fue económico; el regreso, de haberse materializado, sería político.

Días después asistí en el Ateneo Obrero de Gijón a la presentación de «Ninguna tierra es la nuestra», una recopilación de poemas de diversos autores cuyo nexo es el intento de describir -para aliviar- el tormento del exilio. Palabras sangrantes, lastimosas, reivindicativas, tiernas a veces en medio del dolor. Hielan el alma. Ha sido elaborada por el grupo pedagógico «Eleuterio Quintanilla» como propuesta didáctica para trabajar con alumnos de Primaria y Secundaria.

La presentación finalizó con un recuerdo muy emocionado de José Ángel Álvarez Cienfuegos, integrante del grupo recientemente fallecido. La muerte podría parecer el exilio completo, pero quizá sea al revés; tu identidad adquiere forma definitiva. En el caso de Álvarez Cienfuegos, no me quedó la menor duda: le han querido mucho. Si algún día estuvo exiliado, ha regresado.

Por supuesto que es necesario llevar a las aulas los sentimientos que lanza al aire el volcán del exilio. En esa nube paralizante nos reconocemos todos, aunque «no nos hayamos ido a ninguna parte», porque el catálogo de exilios es tan amplio como las diversas formas que adopta el destrozo de separarnos de lo que amamos y nos identifica. Todos lo hacemos varias veces a lo largo de nuestra vida.

Exilio político, económico, familiar, laboral, afectivo? Cuando ocurre, nos quedamos sin asideros y -paradoja- hemos de recurrir a nosotros mismos para seguir caminando, cuando nosotros mismos hemos sido parcialmente borrados por nuestra huida forzosa. Somos una sombra sin figura.

De manera que no sólo se trata de ponerse las gafas de sentir como sienten los inmigrantes, también como sintieron nuestros padres y abuelos, como lo harán nuestros hijos, amigos? y finalmente nosotros mismos. Comprender para comprendernos.

Dice Javier Marías que «poca gente se empecina en seguir defendiendo a los derrotados y a los muertos». Quizás esos pocos son lo que están realmente empecinados en entenderse a sí mismos para luego explicarse el mundo.