Se puede ser fan de muchos, pero para ser un verdadero mitómano hay que centrar todos los esfuerzos sólo en uno. El mitómano es un sujeto sospechoso y a la vez numeroso. Miro a mi alrededor y encuentro, entre mis amigos, amantes acérrimos de Bob Dylan, de Joaquín Sabina, de Stanley Kubrick. Yo no escapo a este fenómeno, hay una figura que centra mi atención por encima de otras: Salvador Dalí.

Mi mitomanía está de suerte. La sala CMAE alberga hasta el día 29 de mayo una colección de litografías y grabados del artista realizados en la década de los 70. Acudo a la inauguración y recorro la muestra con entusiasmo: la iconografía daliniana más representativa se perfila con pequeñas pero ilustrativas referencias. Don Quijote, a quien Dalí retrata como personificación de sí mismo, es uno de los protagonistas de la exposición, mostrando la delgada línea que existe en ambos casos entre el genio y el loco, entre realidad y fantasía. También nos encontramos la figura del burro putrefacto y las hormigas, que para Dalí simbolizaban a aquellos artistas que consideraba decadentes y retrógrados.

Los elementos más emblemáticos de Dalí hacen que la obra expuesta sea fácilmente reconocible: la muleta que en ocasiones sostiene figuras blandas, cuerpos humanos con cajones que no son otra cosa que los secretos que guarda nuestro subconsciente, figuras fragmentadas, los caballos como símbolo del jinete apocalíptico, los relojes blandos que representan la teoría de la relatividad de Einstein, las rocas del cabo de Creus, elefantes de largas patas, y diversas alusiones a la pareja Gala-Dalí formando un todo como símbolo de perfección son algunos de los componentes de las obras expuestas en el centro de arte avilesino.

Hablo con una compañera de trabajo, historiadora del arte, con la que comparto mitomanía. Competimos a ver quién atesora más objetos del genio de Figueres (el mitómano suele presentar ese tipo de comportamiento: en su interior entiende que su mito le pertenece casi por entero). Ambas tenemos libros con sus obras completas y reproducciones de sus obras colgadas en las paredes de nuestra casa. En muchas ocasiones hemos comprado marcapáginas, postales, catálogos de exposiciones, alfombrillas de ratón con imágenes de sus cuadros, agendas que son recuerdos de visitas a distintos museos donde exhiben parte de su obra: Londres, Madrid, Nueva York? Y la colección sigue creciendo. Guardo el catálogo de la exposición junto a los otros objetos, con la convicción de que otro fragmento más de su extensa obra me pertenece, aunque sea un poco, a partir de ahora.