Verde que te quiero verde...», dice el famoso «Romance sonámbulo» de Lorca. Quién le iba a decir al gran poeta que con el tiempo el mundo, como él, iba a vivir en verde, a soñar en verde, a ¡creer en verde! Lo verde es, definitivamente, el argumento del momento, el Ítaca, la razón de razones de esta época.

-Papá, que me di un trastazo y me cargué el coche.

-Pues eso que gana el mundo: así no contaminas.

Hace pocos días, en la I Conferencia mundial de pueblos sobre el cambio climático y la madre Tierra, un tinglado que se ha sacado de la manga el boliviano Evo Morales y que se celebró en la ciudad de Cochabamba, entre otras cosas no menos chiripitifláuticas, se decidió patrocinar algo así como una Corte Ecológica Internacional que pida cuentas al mundo industrializado por su falta de respeto por la pachamama o madre Tierra, que para este personal viene a ser como la madre Teresa de Calcuta pero en verde.

Pero en todas partes cuecen habas. Mientras Evo y sus mariachis andaban con estas milongas, en Dinamarca, país capitalistón donde los haya pero verde que te quiero verde, a base de mirar el lado positivo del asunto, se presentó uno de los hoteles más ecológicos del mundo. El edificio del Crowne Plaza Copenhagen Towers, que es como se llama el invento, cumple todos los mandamientos verdes a rajatabla (carece, por descontado, de emisiones de CO2), y en el gimnasio hasta han instalado unas curiosas bicicletas con las que los huéspedes que deseen castigarse dándole al pedal y produzcan diez vatios hora de ese modo tan verde podrán recibir una comida de regalo. Según la dirección del hotel, un huésped que pedalee a unos 30 kilómetros por hora durante una hora podría generar unos 100 vatios de electricidad limpia. Además, desde el manillar de las bicicletas se puede seguir, por medio del iPhone, cuánta electricidad se va generando, con lo cual, si uno no tiene mucha gusa, echa el freno cuando calcule que llegó, por ejemplo, al segundo plato y pasa de postre.

No sé qué opinaría Lorca del asunto, pero lo que es yo, entre la madre Tierra boliviana y la madre del cordero danesa, me quedo sin dudar con esta última, que mientras me mantiene en forma me pone las pilas. Además, qué coño, mentalmente contamina menos que el rollo de la madre Tierra: en vez de vender la moto, los daneses venden la bici.